lunes, 26 de mayo de 2014

El Viejo Truco


Dos taxistas platican, recargados en uno de los autos, mientras comen sendas tortas, afuera de la estación del metro Cuitláhuac.

-Al tiro, mi “Tripa”, cuando andes rolando por Insurgentes, a la altura del Parque Hundido.
-¿Qué pedo ahí, pinche “Barbas”?
-Pos ahí la afana un ruco, disfrazado de payaso, pero más bien se la rifa de mago…
-¿Y eso que chingados?
-Aguanta… la jugada está así: se acerca a algún automovilista que se haya clavado mirándolo, le avienta un choro y sin que se dé cuenta el elegido, le tumba el reloj o algo que la persona traiga más a la mano. Tiene dedos de seda, como los carteristas de antaño; es fino y ni sientes cuando te da baje. Por lo regular, no´más se la aplica a hombres. A las mujeres les dice dos que tres piropos, se las da de muy romántico.
-El choro eres tú, mi Barbas, o ¿ya te llevó al baile?
-Nel Carnal, a mí me contaron y yo te lo paso al costo. Ahora que aprendiste ya sabes, si te duermes no vayas a andar chillando.
-Camarón mi Barbón, voy a andar a las vivas; pero ya, no te hagas, mucho rollo para marearme y que se me olvide que hoy a ti te toca disparar los chescos.
-Pos ya te tardaste, desde hace rato los hubieras bajado del refri.
-Te voy a bajar la comida, pero a patadas, pinche gandalla.
Así, entre albures y discusiones, para demostrar quién de los dos se la rifa más en la Ciudad, los amigos terminan su comida y regresan a “perrear” el pasaje.

Días después, el “Tripa” volvió a escuchar, de otros compañeros taxistas, las andanzas del finísimo personaje Don Mago, quien hace sus viejos trucos a cambio de unos varos y algo más. Por cierto el mote no es tal, tampoco se refiere a sus habilidades como ilusionista, tiene que ver con su nombre real, el cual no mencionaré aquí, pues al susodicho le molesta sobremanera que la gente se dirija a él con “esa palabra elegida por mis padres en la pila bautismal, para darme a conocer al mundo”, dicen que dice.
Precisamente, al buen “Tripa” le gusta trabajar por aquella zona del conocido Parque, así que no pasaron muchos días para tener la oportunidad de ver en acción al famoso Mago. Y según él, iba bien preparado para que no lo chamaquerá y devolverle el tiro por la culata.

Pues ahí estaba, su aspecto entero era una agresión visual: sombrero de copa, pero de peluche y un color fosforescente ya bastante apagado, saco y pantalón negros, con exceso de parches, quizás para hacerlo más vistoso, playera de la selección de fútbol de Croacia y para rematar, la corbata hecha de latas de refresco, de todos colores; sin duda muy original.Por supuesto, la indispensable pintura de payaso, que a pesar de dibujarle una enorme sonrisa, no logra disimular la malicia en su rostro.
Ahora les cuento el acto.
Aprovechando los escasos segundos del semáforo en rojo, saca una larga tira de mascadas por su boca, luego simula tragar una espada, rápidamente con unas pelotas hace malabares, por último se acuesta en una tabla de supuestos clavos; no se puede negar que le pone velocidad al asunto, nuestro Copperfield autóctono. Todo muy revuelto, pero ese es el chiste.
A propósito el “Tripa”lo observa, él se da cuenta y se acerca al profesional del volante.

-¡Quihubole Don Marg…!
-¿Qué paso mi chafirete ruletero? Vámonos respetando desde un principio.
-Perdón mi Mandrake de crucero, pero me han platicado tantas cosas de usted que sentí familiaridad.
-Familiaridad yo no tengo ni con mi familia, pero qué tranza, ¿le gustó el truco?
-Sí, muy colorido ¿pues que comió?
-Me alimento del aire, mi estimado, en el aire están los sueños, las posibilidades, la fantasía, las bellas ilusiones que son el sustento de todas las almas…
-Con razón está tan flaco.
-No me interrumpa, estaba tomando inspiración… ¿usted cree en la magia?
-Simón.
-Entonces ¿va a cooperar para la causa o nada más pasó a ver?
-Pues por ver no se paga ¿o sí? No se caliente, mejor sígame contando eso de los sueños y la fantasía.
-Si lo que quiere es una cátedra, le sale en otro precio.
-No, mejor otro día, ahorita ando corto de luz.
-Todos sus colegas dicen lo mismo, de seguro acaba de empezar a trabajar.
-¡Además de mago es adivino!
-Pa´que vea y eso no se paga con cinco varos.
-Bueno... ahí le va un diente, pa´que no se agüite.
-Ya vas, flaco, cualquier cacahuate, pa´l chango es bueno.

El “Tripa” se quiere pasar de lanza y le deja ver al viejo Mago un pequeño sobre, que lleva en la bolsa de la camisa, idéntico a los usados en algunas fábricas para pagarle a los trabajadores;  observa que al prestidigitador de barrio le brillan los ojos, pero al voltearse para agarrar unas monedas, se saca el sobre y lo guarda en la guantera. Mientras estira la mano derecha para darle la coperacha, él hábilmente lo toma de la zurda, que colgaba sobre la portezuela y le da un fuerte apretón.

-El ilustre y noble Baden Powell decía que los verdaderos amigos se saludan con la izquierda, porque es la mano más cercana al corazón.
-¡Ah, sí! Creo que ya había escuchado eso. Tenga Don Marg… ¡perdón¡
-¡Ya váyase!, el público está impaciente, le devuelvo su chueca, pa´que pueda manejar.
-¡Orale mi jefe, luego nos topamos!

Al grito de:
-¡Muévanse como anoche!
-¡Luego echan novio!
-¡Préstame tu calle, cabrón!
y un concierto de mentadas de madre a ritmo de claxonazos, los demás automovilistas reclamaban su derecho de tránsito.

El confiado “Tripa” se aleja de ahí pensando que le había dado una lección a Don Mago.
Calles adelante, una señora le hace la parada; en cuanto sube al Taxi, pregunta la hora.
-Son las…
¡Sorpresa! Desapareció el reloj.

-¡Carajo, de todos modos el Viejo me torció!


Ese es el truco.

lunes, 12 de mayo de 2014

Apareces desnuda, en el lado opuesto al de la salida del sol y mi mundo se confunde; los girasoles invierten su giro, inclinándose hacia dónde vienes.
Impetuoso viento frena al divisarte, te toma en sus manos suavemente; asociado a las aves, trae a ti los más bellos trinos, para velarte en la siesta.
La tormenta se avecina, gruesas gotas comienzan a caer violentas, pero al divisar tu hermosura reposada, se disipan nubes negras; la precipitación baja hacia ti con delicadeza.
Próvida resbala, lavando tu impoluta desnudez, el tenue aguacero se pega a tu piel; ávido de recorrerte, muere en ti evaporándose.
Un arcoíris de tulipanes crece hasta alcanzarte, ataviando tu sin par belleza.
El sol sabe que debe retirarse, pero retrasa su ocaso, cae con tristeza, sin dejar de contemplarte.
Recorre, con una mezcla de ansia y paciencia, el otoño de tus manos, el verano de tu rostro, la primavera de tu vientre y el invierno de tus pies.
Se va, con la sed en sus ojos, las manos hambrientas, a dormir su fatiga, a soñar su diaria esperanza.
Silencio de paz en torno a ti, te acompaña al despertar.
Haces caer la noche al soltar tu cabello y todo empieza a sosegarse.

Del cenit nocturno se adueña el cuarto creciente de tu sonrisa.

Hombre muerto caminando

Mis cosas mueren conmigo. 
Las palabras de los libros se callan, las pinturas se tornan en tristes ocres, la música se vuelve silencio, en el centro de la nada.
Esa guitarra que nunca toqué, estuvo muchos años colgada en un muro, la tarde de ayer se hizo toda polvo y una ráfaga de aire se la llevó; ha quedado indeleble su silueta, rodeada por la mugre del muro, lavé, pinté, no logré borrar su fantasma. 
En este confinamiento voluntario, escasos muebles conservo: silla, mesa y candelabro; un ropero destartalado, ahíto de recuerdos, que desde hace mucho tiempo mantengo cerrado, para evitar la nostalgia, resignado, tampoco el corazón lo abro. 
El viejo catre, ruidoso como mis huesos; encima la ajada cobija que algunas mañanas me asfixia, está preparada para servirme de mortaja. 
En un recoveco de la memoria, inermes y derrengados, los escombros de mis sueños. 
Las andrajosas prendas, amontonadas en un rincón, se aprestan para seguirme al último viaje, angustiadas se esconden del ropavejero; esos gastados zapatos andan solos por el cuarto, se niegan a ser regalados, reacios a la idea de caminar los desconocidos pasos de algún extraño, están acostumbrados a arrastrarse en los paseos cortos de mi andar cansado. 
Pero mejor que mi cuerpo se vaya sin atavío, desnudo como al nacer y prefiero en cenizas al viento ser sepultado.

Eco de sombras

Solamente soy una parte del eco.
Sombra viva alimentando la mentira.
Negación empeñada en afirmarse.
Hijo del silencio aprehendiendo palabras.
Rezo fervientemente por una desconocida
(dama que nunca fue niña).
Muchas jornadas de camino,
algunas tristes y otras vanas.
En búsqueda frenética de satisfacciones efímeras.
Desubicado, en un elemento que todo lo envejece.
De la ignorancia al desconocimiento, sin remedio.
Agotando cada experiencia hasta el hastío.
Aferrado a recuerdos de ilusiones idílicas.
Inconforme con la idea de la ausencia.
Indeciso de aventurarme sin miedo en la vida.
Probablemente defiendo una errónea teoría.
Quizás me hace falta algún tipo de renacimiento.
Liberado estoy, pero es preciso anarquizarme.

Antes de que un mal pensamiento me aniquile.

Ella me ama

La muerte me ama, 
pues un día habré de entregarle 
cuerpo y alma. 
Paciente me sabe querer, 
pues al fin sin pretextos 
en sus brazos voy a estar. 
Esta boca muda besará 
cuando la tierra me tape; 
de mi carne va a gozar
aunque la misma se pudra. 
No pretendo evitarla, 
pues se que al amarme, 
callada como es, 
vendrá sin prisa por mi ser, 
objeto de su pasión. 
Nada nos puede apartar, 
ni las caricias de otra mujer, 
que en la vida nuestro sino, 
intenten distraer. 
Aunque temo, 
día a día camino 
a reunirme con mi amor fiel.

lunes, 5 de mayo de 2014

Zapatos sin memoria


Se mira sus piernas, recién amputadas.
Los muñones envueltos en vendas y el líquido rojo, buscando los caminos arrancados meticulosamente. La cabeza en brumas, el cuerpo laxo y lo primero que ve en esos momentos anestesiados, es su monstruoso aparato ortopédico, inútil ahora para él.
Viejo aparato, como todo el tiempo que detestó su suerte; como todo lo que conoció en su infancia: sus abuelos, la antigua vecindad, las calles que parecían querer tragarse a las casas y a la gente, convirtiéndolas en un montón más de basura; vieja era también la ropa que usaba, las cortinas y las cobijas, de tan gastadas parecían morir por el calor o el frío; vieja piel curtida, de las cosas y de las personas.
Los únicos que parecían inalterables, eran los zapatos del abuelo, los que utilizaba junto con el aparato y lo hacían más pesado, más burdo; pero siempre bien lustrados. Los sometía cada noche a un cuidadoso proceso de limpieza: trapo, grasa y vela, para darles apariencia de charol; como las botas de los soldados.
Cuando aún tenía el ánimo de la infancia y la adolescencia, caminaba muchas horas por las calles sin pavimentar de su barrio; y hasta que el vigor de su espíritu se murió, jugaba fútbol con sus vecinos, en un terreno que disputaban el gobierno de la ciudad, una antiquísima fábrica de ladrillos y los propios colonos, que se consideraban dueños, por haberlo habitado desde -por lo menos-unas tres generaciones.
Corría hasta agotarse, tras el duro balón de cuero, pateándolo con sus grandes zapatos, que cada día parecían nuevos; apoyado por su aparatoso armatoste, que se fue agrandando junto con él, gracias a un sistema de resortes y broches, ingenioso invento de su abuelo, el herrero del barrio de los oficios.
“El fierros”, soñaba, por no poder evitarlo, con curarse, no volver a usar jamás ese aparato y ser parte de un equipo de fútbol; el que fuera, cualquier club deportivo lo aceptaría, si jugando con las varillas encima y esos zapatos que siempre le quedaron grandes, era un buen defensa, ya se imaginaba que sería con sus piernas sanas.
Pero el problema de su espina dorsal, que afectaba irremediablemente a sus piernas, nunca cedió y el aparato se tornó, al paso de los años, muy renuente a caminar, mucho menos a dejarse llevar a correr tras el balón, la larga hora que duraba el diario partido; y los zapatos no encogían, para aprisionar sus endebles pies, que a duras penas crecieron unos pocos centímetros, hasta que alcanzó la edad adulta.
Y muy rápido, “El fierros” se hizo viejo también, con sus piernas inservibles y sus sueños muriendo en la amargura de una realidad inevitable; los abuelos fallecieron, de sus padres jamás supo nada; la vecindad fue demolida, el gobierno expropio el terreno en el que sus sueños vivieron una hora al día, tan pocos años.
Se defendía en la vida, con lo que aprendió del oficio del abuelo, pero los tiempos cambiaron y los oficios ya no fueron tan apreciados, ni tan necesarios. La modernidad. La que le daba la opción de amputar sus extremidades inferiores y usar unas prótesis “discretas y funcionales”, sin el chirrido del aparato ortopédico, arrastrándose por las calles.

Cuando se recuperó totalmente de la operación y aceptó que ningún equipo de fútbol se pelearía sus servicios, fue al hospital a probarse la extensión de sus piernas; le daban a escoger entre varios tipos de calzado, para lo que serían sus pies. Pero los sueños se aferran a cualquier recuerdo y prefirió usar los grandes zapatos del abuelo; los que parecían haber sido comprados ese mismo día.