En los días de muertos
hay campos anegados de cruces,
son faros que se
volvieron polvo.
Piel árida guardando huesos,
semilla sin
vida.
Su torvo aspecto,
otrora vital,
forma un mosaico pagano y sagrado.
Se desangran hacia
las entrañas,
en una terrible manera
de mudarse.
Se truecan en llanto las risas,
al ver ceniza en un
velo, blanco como cirio.
Delirio en la misa,
visión sin pies ni cabeza,
pavesa tan frágil, declina ante el
tiempo.
Este viento de
otoño, ardiente y frío,
hace tan míos el
miedo y la esperanza.
Balanza del sino ¡inclínate
a mi lado!
Si llego a la noche
postrera, asustado.
Lanzo reproches al
crucifijo, sin fe.
Café amargo, pues
todos lloran en el.
Gabriel vuelve y anuncia un final;
luego del duelo, la calma total.
Altares para los que
ya no están.
Licor, juguetes, pan, agua y comida,
también cigarros,
porque -eso
creemos- es un viaje
muy largo.
Ritual mudo, cargado de olores,
todo entre flores,
todo entre flores,
la colorida sonrisa
de la Tierra.
Flores del día, en la bella campiña.
Evita la rapiña, para que no haya
riña;
apíñalas en el hueco Niña,
de mis cuencas vacías.