martes, 23 de marzo de 2010

A esta biblioteca entro a dormir, mientras mi hijo sale de la escuela, con mi cabeza enmedio de las hojas de algún libro, espero alguna conexión desconocida entre las palabras escritas y mi mente se produzca y aumente mi sapiencia. No es cierto, si leo, cuando no me gana el sueño. Ver mapa más grande Calle Jalapa # 272, Colonia Roma Norte, Delegación Cuauhtemoc, Distrito Federal. Justo en ese momento el camión tapando la entrada, pero ahí, entre las dos escuelas primarias públicas Benito Juárez -una conocida como "la roja" y la otra "la azul"-, esta la biblioteca Benito Juárez, (antes Abraham Lincoln). Y además de todos los libros, estan estos dos murales.
El Cuento ó La Lámpara de Aladino.
La Historia.
Al tomar esta foto, las condiciones de luz y la posición desde donde yo me encontraba, no me permitieron lograr una imagen nítida, pues los burócratas que laboran en la biblioteca, me negaron el acceso al primer piso del recinto. De cualquier manera, creo que no salió tan mal.

En esta cartulina, escuetos datos sobre la biblioteca y el creador de los murales.

AQUÍ, Información completa de la vida y obra del autor de las dos obras pictóricas.

domingo, 21 de marzo de 2010

Camino observando, buscando la oportunidad, por la amplia acera del nuevo centro comercial. Gente distraída veo pasar en su presuroso andar. Entre estas personas la víctima voy a elegir. No llamo la atención de los demás, mi aspecto y mi persona son lo que se dice "normal"; un ciudadano más, transitando en la ciudad. Voy a atravesar la avenida; considero una posibilidad, dos mujeres a la otra esquina también se disponen a pasar, caminan seguras, rodeadas de miradas insistentes, descaradas, las persiguen sin un fin particular; ellas inmunes a todo continúan su paseo. Las dos, en ambas manos cargan las bolsas de sus compras. Esta calle por la que andamos tiene muchos comercios, restaurantes, edificios de oficinas, por lo mismo es muy concurrida y el tránsito se acentúa, pero al parecer las damas en cuestión se dirigen a mi zona... eso espero. Mi área de acción, una avenida amplia, de ancho camellón, casas grandes, pocos edificios, contadas personas a pie, los autos pasan interminablemente a toda hora de la jornada laboral y lo más favorable para mí: escasa vigilancia. Me sorprende el cambio de las circunstancias en cada calle, apenas doblando la esquina, como si estas fueran fronteras. Divago, la droga esta en los más alto del efecto dentro de mí, comienzo a sentir en todo el cuerpo esa sensación incontenible: es el miedo y se acerca el momento de sobrepasarlo. Reacciono, casi las pierdo de vista, aceleran su andar, estoy nervioso, quizá se han percatado de mi y les resulto sospechoso. Sigo detrás de ellas, una calle más y entrarán a mi territorio; ignoro si es el destino o el diablo pone la mesa, me ufano de mi suerte. Damos vuelta a la derecha, no les inquieta mi cercanía, para ellas no existo, soy habitante de una realidad que no las afecta... hasta ahora. Estamos en mi territorio, desde este instante sólo somos ellas y yo. Voy a pegar la carrera, desaparece el dolor de mi cuerpo... ¡maldita sea! ... me paro en seco, aparece un vigilante acompañado de su perro; considero eliminar al guardia, pero el mastín representa demasiado riesgo. Estoy clavado en el piso a punto de arrepentirme, ocultándome detrás de un poste; él las saluda con demasiado afán, si se meten ahí se acabo. Todo pasa como en cámara lenta: las mujeres los esquivan, siguen caminando, vigilante y perro dan media vuelta, desaparecen de mi campo visual, ¡pinche viejo morboso, nada más salió para verlas! Lo ignoraron cortésmente. La molestia por el posible fracaso me desquicia y según yo se alejan apresuradas; corro precipitadamente, tropiezo, caigo de rodillas, me maldigo y me levanto tambaleante, iracundo, con torpeza reinicio la carrera. Empieza a llover, por eso apretaron el paso; acorto rápidamente el trecho que ellas avanzaron, casi las alcanzo, estoy muy alterado y siento el intenso dolor en mis brazos, producto de la golpiza que me propinaron ayer unos policías. El malestar es general, viene y va entre estomago y cabeza, exacerbados los sentidos hasta el límite, las manos ansiosas de apañar la presa; pero no hay duda, lo voy a hacer. Escucho una puerta abrirse , se dirigen hacia esa fachada, ahí si las esperan, las vieron antes de llegar, seguro a mi también, no soy nadie, pensarán que la lluvia me ha hecho correr, es el momento, voy acercándome, escucho sus voces, me llega su fragancia, huelo su seguridad, que estoy a punto de despedazar; inclino el cuerpo, extiendo los brazos, paso en medio de las dos arrebatándoles violentamente las bolsas, caen al piso, no volteo, sólo pienso en correr más rápido, alejarme del lugar; la lluvia ha arreciado. Debí sorprenderlas –seguramente también a quien las recibía- pues no escuche gritos, nada más sus gemidos ahogados al caer en el pavimento, debieron quedar pasmadas por la brusquedad inesperada; no tengo tiempo para sentir lástima de ellas. Voy veloz eludiendo los autos, dejándolos detrás, detenidos por los semáforos, me sirven de parapeto para lograr la fuga, si algún conductor se ha dado cuenta, no querrá mojarse para atrapar a un ratero, después de tantas horas de trabajo y fastidiados por el caótico tránsito, nadie quiere jugar al héroe. Ningún policía a la vista, son como los perros, se resguardan donde pueden para no mojarse. Es la indolencia una buena aliada. Tuerzo a la derecha, alcanzo los rieles del tren, corro sobre los durmientes, el tránsito y el chubasco me ayudan para huir con mayor celeridad, nunca vuelvo la vista atrás, si me alcanzan dejo el botín y escapo, mi libertad ante todo, sin embargo en esta ocasión -con la recompensa en mis manos- salgo avante. Me imagino en una carrera que ya tengo ganada, sin adversarios. Huyendo, sin parar, llego a mi guarida en la zona industrial, terrenos baldíos, donde convergen caminos de vías en desuso; aquí, aún sea de día, ni extraños ni policías se atreven a seguirme, mucho menos a entrar.

martes, 16 de marzo de 2010

La Iglesia del Cerrito, en el Cerro del Tepeyac. Construída en los alrededores del lugar de las apariciones. Las escalinatas para llegar a este lugar son todo un desafío a la condición física de cualquiera; me mareé y perdí la cuenta de los escalones ¡ah! mis enclenques patas y mis pulmones de fumador.
El Popocatépetl. (Captado desde el Cerro del Tepeyac). El Iztaccíhuatl. (También).  Un relieve de Juan Diego, en el interior de la Nueva basílica. A él si le habló la Virgen, no se estaba haciéndo desentendido. La Villa, se llega a ella en peregrinaciones tumultuosas o de rodillas;                                                                    un lugar de tradición y de fe, como cada quien la viva y como cada quien la entienda. Uno de los lugares más visitados -por el turismo extranjero y nacional- del Distrito Federal.

jueves, 11 de marzo de 2010

Locos

Diluvia desde el numen, salen asombrados, locos desnudos, se empapan de la savia prodigiosa, sacian su impaciencia con el maná sagrado que imploraban en la sequía y la hambruna.
Se alimentan de mágicos elementos, nutren cada uno de sus sentidos.
Aguzan el oído para captar la frecuencia de las musas.
Momentos con su propio tiempo, abren paréntesis inéditos en sus conciencias. Estallan en sus ojos visiones de universos ocultos, estructuras etéreas, ignoradas.
Perseveran pescando en remolinos siderales, descifran jeroglíficos secretos, para hacerlos terrenales.
Excéntricos cazadores, acechan en los confines de la demencia, atajando cometas errantes, siguen la pista de unicornios solitarios, cortejan a hadas de juventud eterna, huyen de seres fantasmales sin darles la espalda, son rescatados en la playa de La isla de nadie por sirenas piadosas.
Utópicos forasteros, habitantes de mundos ignotos, les refieren maravillosas leyendas de espíritus ancestrales; discuten con ellos la mejor forma de seguirlas heredando.
Corriendo entre nubes, eluden a dioses rampantes, que mandan contra ellos centauros salvajes, cíclopes armados con relámpagos, dragones del hades; todo para emboscar un elusivo sueño.
Redimidos en infiernos innombrables, renuncian a placenteros paraísos; amalgamando dicha, paz y amargura, plasman en códigos universales.
Cultivan frágiles simientes, para cosechar flores imperecederas, testando antiguos bienes que permanecen rozagantes.
Resucitan de prolongado vacío, retoman el paseo por la cuerda floja, arriesgando su cordura; deslizándose en blancos desiertos, conquistan oasis, los desprecian y continúan la marcha, sin marcar su rastro. Sobrevivientes de aventuras divinas, transcriben alucinaciones incubadas en sus mentes, en la búsqueda de recompensas sin valor. Negras gotas de alquímicos materiales, anegan la fuente de sus pensamientos, se desbordan los caudales. Dejan caer su obscura sangre en áridas nieves, que los observan expectantes, con mueca burlona los desafían, ofrendando su nívea pureza, ávida de ser fertilizada. Locos, les dicen, cual si fuera su nombre, su oficio, esa guirnalda corona sus sienes.

lunes, 8 de marzo de 2010

Probablemente no es el momento idóneo, las imágenes alteran mis pensamientos. Contengo las lágrimas; palabras rabiosas y desalentadoras, se anudan en mi garganta. Pero va a llegar el tiempo de emprenderla contra los asesinos de esperanzas, arrojarles el fuego que arde a mis espaldas, soltar el nudo de la resignación, darle curso a la ira. Dejar la sal caer por mis mejillas, desatar esta irracional bestia, apagar insulsas risas, derribar la indiferencia, arrojar la semilla en las conciencias, sin temer cosecha de funestas consecuencias. Comulgar con la violencia. No hay otra vía, este camino no ofrece decorosas salidas, la sangre debe ser vertida. Abolir el sufrimiento, torturar al tirano, demostrarle que es muy amargo el sabor del miedo. Salir del oscuro pasillo, tirar los muros cimentados en prejuicios, escupir el cadáver del verdugo. Detonar la revuelta colectiva, concretar la inconformidad que se revela en las tertulias. Avizoro el amanecer de un porvenir idílico, el mañana en que se derroque a la mentira, rebelarse contra la injusticia impositiva, aporrear la contumaz pasividad del capataz retrograda. Aventar la primera piedra, a pesar de que mis propios pecados me lapidan. Regresar de la noche, sin pesadillas en la memoria, las heridas bien sanadas, los difuntos seremos ángeles de la guarda, las misas se dirán por fiestas. Trascender, mas seguir siendo humildes servidores, ejecutando en las sombras. Allanar el camino hacia la gloria, ser obrero, compañero solidario, anónimo conspicuo.

martes, 2 de marzo de 2010

Gracias María, 
María del juicio perdido, 
María de las horas detenidas. 
Recuerdo esa noche, fue mi decisión conocerte a oscuras, a escondidas. Mientras la gente sana descansa, los enfermos cavan agujeros, donde meter su cabeza, ahogando ahí sus chillidos, sin molestar a los que duermen, solamente el Diablo, desde abajo, los mira satisfecho. La primera vez, sin ceremonias de por medio. Testigos: luna, estrellas y silencio total en los cielos. Recibí instrucciones previas, precisas, de un avezado amante tuyo. Con mano temblorosa te conduje a mi boca, tu cuerpo encendiéndose. Te besé profundamente, muchas veces; retuve tu sabor, contaba mentalmente, mi corazón se volvía loco, de nerviosa expectación. Despedí un poco de tu esencia, bruscamente; sentado sobre un montón de basura, sentí mi ser entero, entregándose a ti. Te sostuve entre mis dedos, viendo como ardías, consumiéndote. Apuré otro beso antes de tu extinción, eras ya en ese momento dueña de todas mis alteraciones. Aturdiste mis sentidos. Me apabulló el miedo acompañándose del frío, dejé que mi ser cayera al piso, abracé mis piernas, asustado como un niño. La brisa húmeda de verano regalaba sus caricias, tu espíritu rondaba en mis adentros, enloqueciéndome. Por un inquieto ensueño fui transportado insignes momentos; todo era mejor, la luz más brillaba, mi vista abarcó kilómetros de distancia, atónito escuché la voz de la nada, mi latido se unió al pulso del universo.
Llamaradas fantasmales cruzaban el firmamento, ánimas sin consuelo elevaban sus plañidos desde el infierno. Placer y miedo. Me levanté para danzar tus ritmos. El aire mecía mis miembros como un muñeco de titiritero, me hacía pedazos, me revolvía y de nuevo compactaba mi quebrantado cuerpo; caminaba de puntillas sobre un inestable suelo, quería volar, me presentía ingrávido, buscaba la salida del otro lado del agujero. Un agudo grito alarmó a la noche, ella quiso cubrir a las estrellas con un manto más oscuro. El desorden derrotaba poco a poco la impasibilidad celestial. Tétricas sirenas de ambulancias, lastimeros aullidos de perros callejeros, cacofonía de grillos desquiciados, in crescendo, el pitido de un tren derruido, aves de hierro ensordeciendo desde arriba, mezcolanza de ruidos y destellos, cegadores destellos. Choque de oscilaciones incontrolables, rebotes en retroceso sin sentido, átomos y planetas perdiendo los ejes, sin puntos relativos. Después de unas horas-años luz, el escorpión arremetió contra mis sienes, flagelando mi mente embotada. Pude verme, en los últimos instantes de tu dominio, los ojos abismados, árida la boca, un organismo entero entumecido, ambigua mueca en un rostro cetrino. El incipiente sol me provocaba escalofríos.
Arrastrándome, logré llegar a mi lecho, buscando desesperado, el sosiego inmerecido. 
Adiós, 
María de los caminos borrados, 
María del fuego prohibido.