domingo, 21 de marzo de 2010

Camino observando, buscando la oportunidad, por la amplia acera del nuevo centro comercial. Gente distraída veo pasar en su presuroso andar. Entre estas personas la víctima voy a elegir. No llamo la atención de los demás, mi aspecto y mi persona son lo que se dice "normal"; un ciudadano más, transitando en la ciudad. Voy a atravesar la avenida; considero una posibilidad, dos mujeres a la otra esquina también se disponen a pasar, caminan seguras, rodeadas de miradas insistentes, descaradas, las persiguen sin un fin particular; ellas inmunes a todo continúan su paseo. Las dos, en ambas manos cargan las bolsas de sus compras. Esta calle por la que andamos tiene muchos comercios, restaurantes, edificios de oficinas, por lo mismo es muy concurrida y el tránsito se acentúa, pero al parecer las damas en cuestión se dirigen a mi zona... eso espero. Mi área de acción, una avenida amplia, de ancho camellón, casas grandes, pocos edificios, contadas personas a pie, los autos pasan interminablemente a toda hora de la jornada laboral y lo más favorable para mí: escasa vigilancia. Me sorprende el cambio de las circunstancias en cada calle, apenas doblando la esquina, como si estas fueran fronteras. Divago, la droga esta en los más alto del efecto dentro de mí, comienzo a sentir en todo el cuerpo esa sensación incontenible: es el miedo y se acerca el momento de sobrepasarlo. Reacciono, casi las pierdo de vista, aceleran su andar, estoy nervioso, quizá se han percatado de mi y les resulto sospechoso. Sigo detrás de ellas, una calle más y entrarán a mi territorio; ignoro si es el destino o el diablo pone la mesa, me ufano de mi suerte. Damos vuelta a la derecha, no les inquieta mi cercanía, para ellas no existo, soy habitante de una realidad que no las afecta... hasta ahora. Estamos en mi territorio, desde este instante sólo somos ellas y yo. Voy a pegar la carrera, desaparece el dolor de mi cuerpo... ¡maldita sea! ... me paro en seco, aparece un vigilante acompañado de su perro; considero eliminar al guardia, pero el mastín representa demasiado riesgo. Estoy clavado en el piso a punto de arrepentirme, ocultándome detrás de un poste; él las saluda con demasiado afán, si se meten ahí se acabo. Todo pasa como en cámara lenta: las mujeres los esquivan, siguen caminando, vigilante y perro dan media vuelta, desaparecen de mi campo visual, ¡pinche viejo morboso, nada más salió para verlas! Lo ignoraron cortésmente. La molestia por el posible fracaso me desquicia y según yo se alejan apresuradas; corro precipitadamente, tropiezo, caigo de rodillas, me maldigo y me levanto tambaleante, iracundo, con torpeza reinicio la carrera. Empieza a llover, por eso apretaron el paso; acorto rápidamente el trecho que ellas avanzaron, casi las alcanzo, estoy muy alterado y siento el intenso dolor en mis brazos, producto de la golpiza que me propinaron ayer unos policías. El malestar es general, viene y va entre estomago y cabeza, exacerbados los sentidos hasta el límite, las manos ansiosas de apañar la presa; pero no hay duda, lo voy a hacer. Escucho una puerta abrirse , se dirigen hacia esa fachada, ahí si las esperan, las vieron antes de llegar, seguro a mi también, no soy nadie, pensarán que la lluvia me ha hecho correr, es el momento, voy acercándome, escucho sus voces, me llega su fragancia, huelo su seguridad, que estoy a punto de despedazar; inclino el cuerpo, extiendo los brazos, paso en medio de las dos arrebatándoles violentamente las bolsas, caen al piso, no volteo, sólo pienso en correr más rápido, alejarme del lugar; la lluvia ha arreciado. Debí sorprenderlas –seguramente también a quien las recibía- pues no escuche gritos, nada más sus gemidos ahogados al caer en el pavimento, debieron quedar pasmadas por la brusquedad inesperada; no tengo tiempo para sentir lástima de ellas. Voy veloz eludiendo los autos, dejándolos detrás, detenidos por los semáforos, me sirven de parapeto para lograr la fuga, si algún conductor se ha dado cuenta, no querrá mojarse para atrapar a un ratero, después de tantas horas de trabajo y fastidiados por el caótico tránsito, nadie quiere jugar al héroe. Ningún policía a la vista, son como los perros, se resguardan donde pueden para no mojarse. Es la indolencia una buena aliada. Tuerzo a la derecha, alcanzo los rieles del tren, corro sobre los durmientes, el tránsito y el chubasco me ayudan para huir con mayor celeridad, nunca vuelvo la vista atrás, si me alcanzan dejo el botín y escapo, mi libertad ante todo, sin embargo en esta ocasión -con la recompensa en mis manos- salgo avante. Me imagino en una carrera que ya tengo ganada, sin adversarios. Huyendo, sin parar, llego a mi guarida en la zona industrial, terrenos baldíos, donde convergen caminos de vías en desuso; aquí, aún sea de día, ni extraños ni policías se atreven a seguirme, mucho menos a entrar.