miércoles, 21 de marzo de 2012


Un grito de asombro se regocija en sus ojos de cielo atardecido, respira la sorpresa, inhala con vehemencia y la deja fluir por sus arterias. Se entierra bajo la piel de una sombra, para descifrar los secretos encriptados tras el silencio, llenando de sensaciones inexplicables un pensamiento inédito. Decide salir, se adelanta a la materia, empeñada en ir contra los elementos, recorre varias noches y sus días o viceversa, más nunca de reversa, en el irrepetible placer de complacerse entera; se abandona al vacío y al desearlo regresa, en una lluvia de estrellas, quedando suspendida entre la luna y la Tierra, despacio se abandona sobre las mejillas agrietadas de un rostro demacrado, pero de férrea lozanía que en ciclos se renueva. Ahora a voluntad, en seguida de la metamorfosis de polvo estelar a polvo terrenal, pródiga se dispersa y pende como ínfima partícula, en la suave superficie de un pétalo fragante, bella trampa a la espera de una presa ávida y laboriosa; sostenida por su vigoroso aleteo, la víctima se presenta, pero es hábil y se envuelve de polen sin tocar el veneno, buena lección de la naturaleza. Montada sobre el viento, viaja adherida a un ente prodigioso, mientras su cuerpo yace en un apartado del pasado pausado; Eugenia se inquieta, al dejarse transportar en el espacio de un instante, que dentro de su consciencia, se halla detenido, escucha al aire moverse en un solo sentido, como una nota sostenida de un sonido sin origen y a pesar del súbito temor sonríe, pues quiere seguir siendo polvo de vida viajando pegada al cuerpo de un ser increíble, de progenie milenaria, cruzar ese universo y dejarse expeler dentro de un templo, reposar entre zumbidos hacendosos, que sólo saben de plazos marcados por la oscuridad y el sol.
Pero Eugenia se extraña y la dosis de fantasía no alcanza para soportar otro cambio, la ensoñación se torna confusa, siente a su boca paladear la hiel de lo real, en esa condición diminuta el miedo amenaza desintegrarla y entonces, dócil se abandona al regreso indeseado, reincorporándose a la carne que habita, a la vida que detesta; arcadas la despiertan, pero voces de abeja zumban dentro de su cabeza; sus alas se han plegado, sin embargo ella considera al dolor un intruso, piensa que el viento aguantará su peso y atraviesa el cristal, cuando el día regresa. Tras de sus ojos cerrados la realidad se muere y el sueño vuelve a ser su mundo; aunque esta vez sí duele, Eugenia vuela.