viernes, 22 de enero de 2010

Me dormí llorando. Amanecí maldiciendo despertar; aborreciendo este nublado amanecer, con el ánimo pisoteado desde temprano, la cara sucia, ropa arrugada, humor a tristeza añeja; el café frío y a las carreras, rostros fastidiados de verme siempre igual.
Callo; las palabras se vuelven tristes en mis labios. Nada bueno que decir. Cada jornada es una mala representación de actos absurdos. Iniciar en la mañana con la facultad de dar un paso, seguido de otro, es una gran hazaña; a continuación acelerar, avanzar en línea recta, a toda velocidad, directo hacia un hoyo negro, para no regresar.
El abismo queda tan cercano, no me doy cuenta y lo traspaso con mis puños crispados, destrozados de tanto golpear el aire; ira irracional engendra acciones execrables. Vivo a mi límite, no quiero dar más. Tomo el riesgo de volver cada vez al mismo mundo.
No envidio a los pájaros. También puedo volar por encima de todo esto sin sentirme mal.
Mediocre.
No dirijo ni acato; me rio sardónicamente de los extremos; entre tantos ejemplos ninguno es atractivo, para mi. Observo sin posar la vista; escucho sin prestar atención; contesto con indiferencia incólume al desinterés de los otros; el juego se llama: aparentar. Me soslayan solapadamente. En ocasiones deseo vestirme de uniforme, formarme, detenerme, saludar, esperar la luz verde para avanzar, sacar ficha, levantar la mano, volver a formarme. A veces quisiera tener un revólver y demostrarles lo elocuente que puede ser vomitándose en sus frentes. Sólo a veces. Busco la hora de salida, con el ansia de un suicida; las seis, el mundo invade la avenida. Exhalo el humo del cigarro lentamente, quisiera dispersarme junto con la voluta de cada bocanada. Caminando por esta calle oscura parezco una luciérnaga borracha. Me quemo la lengua con la colilla del cigarro, después todo tendrá un solo gusto. Llego a casa; la encuentro vacía de almas fraternas, ausentes las risas, luces apagadas, habitaciones gélidas, deshabitadas. Detrás del muro gritos y algarabía; de este lado silencio y yo, soledad y yo, tristeza y yo. La alegría en esta morada es anacrónica. Hace más frío adentro.