jueves, 9 de junio de 2011

Me observas desde tu silencio, sin embargo estoy segura de que ignoras mi presencia. ¡Rómpelo y dime algo, por favor! Aquí estoy yo, mirándote desde el mío sin poder ayudarte en tu lucha. Sé que me escuchas, pero aún no entiendes mis palabras cargadas de impotencia y desesperación. Poco puedo hacer para aliviarte. Te arrancaron de mis brazos, sólo pude tenerte cerca un brevísimo instante y me sigues doliendo. Indudablemente me dolerás siempre, mas nunca como en estos momentos que no puedo tocarte ni compartirte la vida. La vida que se me iba en el trabajo de darte la tuya; nos separaron con urgencia y estas horas transcurriendo con lentitud despiadada, parecen decirme que la separación será definitiva. Tu piel tornándose ceniza, se enfría. Muy corta despedida después de tan larga espera, no me siento preparada para una pérdida al cabo de la esperanza y el doloroso gozo de verte nacer. Imposible crearte una burbuja acá afuera para que sobrevivas, tampoco puedo sacarte el veneno que pasea por tu cuerpo, la fragilidad de tu edad es enemiga y la inconsciencia de una mujer adicta será tu homicida. Perdóname pedacito de mi alma, no puedo llorar, estoy seca por dentro, me vacié en el esfuerzo de darte a luz, pero no sirvió de nada, te di a las sombras que te privan de una real oportunidad. La espada de mis errores pende sobre tu cabeza, a cada segundo tu ritmo se hace más lento, me quedaré irremediablemente sola, condenándome el resto de mi existencia por tu sufrimiento. ¡Hijo mío, es como si jamás te hubiera tenido! Hijo de la vagabunda, la que iba a darte por hogar las calles de esta miserable ciudad, por techo sol inclemente y noches tormentosas. Me piden que te ponga un nombre ¿cuál es el adecuado para un recién nacido, muerto? ¿Qué palabra podrá conciliarme conmigo misma? ¿Cómo debo llamarte para perdonarme y poder darte una digna despedida? Amor. El que de mi no tuviste, atragantado en mi ser, sin habértelo dado. Adiós Amor.