lunes, 12 de mayo de 2014

Apareces desnuda, en el lado opuesto al de la salida del sol y mi mundo se confunde; los girasoles invierten su giro, inclinándose hacia dónde vienes.
Impetuoso viento frena al divisarte, te toma en sus manos suavemente; asociado a las aves, trae a ti los más bellos trinos, para velarte en la siesta.
La tormenta se avecina, gruesas gotas comienzan a caer violentas, pero al divisar tu hermosura reposada, se disipan nubes negras; la precipitación baja hacia ti con delicadeza.
Próvida resbala, lavando tu impoluta desnudez, el tenue aguacero se pega a tu piel; ávido de recorrerte, muere en ti evaporándose.
Un arcoíris de tulipanes crece hasta alcanzarte, ataviando tu sin par belleza.
El sol sabe que debe retirarse, pero retrasa su ocaso, cae con tristeza, sin dejar de contemplarte.
Recorre, con una mezcla de ansia y paciencia, el otoño de tus manos, el verano de tu rostro, la primavera de tu vientre y el invierno de tus pies.
Se va, con la sed en sus ojos, las manos hambrientas, a dormir su fatiga, a soñar su diaria esperanza.
Silencio de paz en torno a ti, te acompaña al despertar.
Haces caer la noche al soltar tu cabello y todo empieza a sosegarse.

Del cenit nocturno se adueña el cuarto creciente de tu sonrisa.

Hombre muerto caminando

Mis cosas mueren conmigo. 
Las palabras de los libros se callan, las pinturas se tornan en tristes ocres, la música se vuelve silencio, en el centro de la nada.
Esa guitarra que nunca toqué, estuvo muchos años colgada en un muro, la tarde de ayer se hizo toda polvo y una ráfaga de aire se la llevó; ha quedado indeleble su silueta, rodeada por la mugre del muro, lavé, pinté, no logré borrar su fantasma. 
En este confinamiento voluntario, escasos muebles conservo: silla, mesa y candelabro; un ropero destartalado, ahíto de recuerdos, que desde hace mucho tiempo mantengo cerrado, para evitar la nostalgia, resignado, tampoco el corazón lo abro. 
El viejo catre, ruidoso como mis huesos; encima la ajada cobija que algunas mañanas me asfixia, está preparada para servirme de mortaja. 
En un recoveco de la memoria, inermes y derrengados, los escombros de mis sueños. 
Las andrajosas prendas, amontonadas en un rincón, se aprestan para seguirme al último viaje, angustiadas se esconden del ropavejero; esos gastados zapatos andan solos por el cuarto, se niegan a ser regalados, reacios a la idea de caminar los desconocidos pasos de algún extraño, están acostumbrados a arrastrarse en los paseos cortos de mi andar cansado. 
Pero mejor que mi cuerpo se vaya sin atavío, desnudo como al nacer y prefiero en cenizas al viento ser sepultado.

Eco de sombras

Solamente soy una parte del eco.
Sombra viva alimentando la mentira.
Negación empeñada en afirmarse.
Hijo del silencio aprehendiendo palabras.
Rezo fervientemente por una desconocida
(dama que nunca fue niña).
Muchas jornadas de camino,
algunas tristes y otras vanas.
En búsqueda frenética de satisfacciones efímeras.
Desubicado, en un elemento que todo lo envejece.
De la ignorancia al desconocimiento, sin remedio.
Agotando cada experiencia hasta el hastío.
Aferrado a recuerdos de ilusiones idílicas.
Inconforme con la idea de la ausencia.
Indeciso de aventurarme sin miedo en la vida.
Probablemente defiendo una errónea teoría.
Quizás me hace falta algún tipo de renacimiento.
Liberado estoy, pero es preciso anarquizarme.

Antes de que un mal pensamiento me aniquile.

Ella me ama

La muerte me ama, 
pues un día habré de entregarle 
cuerpo y alma. 
Paciente me sabe querer, 
pues al fin sin pretextos 
en sus brazos voy a estar. 
Esta boca muda besará 
cuando la tierra me tape; 
de mi carne va a gozar
aunque la misma se pudra. 
No pretendo evitarla, 
pues se que al amarme, 
callada como es, 
vendrá sin prisa por mi ser, 
objeto de su pasión. 
Nada nos puede apartar, 
ni las caricias de otra mujer, 
que en la vida nuestro sino, 
intenten distraer. 
Aunque temo, 
día a día camino 
a reunirme con mi amor fiel.