domingo, 3 de julio de 2011

Algún día, la muerte me va a matar.
Es algo que yo sé, pero para ella eso es un hecho.
El escritor tiene, siempre, la última palabra; la muerte escribe a diario mensajes de despedida.
Sus dedos largos, recorren las páginas del libro de la vida, conoce todas las historias, desde las más sencillas, hasta las increíblemente complicadas, cuando le place, toma su pluma de tinta invisible, irrumpe en cualquier texto, breve o extenso y anota el fin.
Aunque tiene licencia para suprimir, a veces falla, pero nunca busca venganza, sencillamente afina la puntería y desde su trono inamovible lanza un certero instante, asestando el punto final.
Me inspira a escribir, la muerte, como si los textos fueran contra ella, un repelente.
Imagino a la muerte, sentada en un túmulo de huesos, un torbellino de soles detrás, alumbrándole, ante ella el tomo número desconocido de los anales del universo, hojeando con paciencia infinita, despojada de cualquier animadversión, sus fríos dedos acariciando el papel, sus cuencas vacías proyectando una sombra lúgubre sobre los nombres de la lista, a  veces los tacha de a uno por momento, otras arranca hojas completas, terrible mortandad; pasando revista sin juzgar, es dueña del azar.
Encima de letras y palabras, que quieren florecer, la muerte abre paréntesis, interrumpe frases con puntos suspensivos, finalizando con puras interrogantes.


¡¡Bailemos!!