lunes, 22 de septiembre de 2014

Un bocado de muerte

Enclaustrado en mí habitación, aguardando al sueño, me inquietan las voces de la noche; el suelo es un témpano, su frío trepa los muros de mi cosmos diminuto. Afuera la negrura se ha instalado y me observa en la vigilia; no hay comunicación, nadie llega. Todas las puertas quedaron abiertas, soy el que permanece después del rapto, testigo sin testimonios. A mi cuerpo vencido por la fátiga, le resulta inevitable reposar; abandonado en el lecho se vuelve víctima propicia del descontrol.

Siento una fuerza indefinible maniatándome, retuerce mí cuerpo inerme en una incómoda posición, no tengo gobierno en la inconsciencia. Me he quedado dormido con los ojos abiertos ó quizá sueño en tiempo real. Un soplo de aire gélido me ha descobijado, hay una luz fija dirigida hacia mi rostro, impreciso el origen; me desquicia. 
De repente comienzan a recorrerme cientos de diminutos pasos, ascendiendo muy despacio; variedad de insectos avanzan en formación cerrada por todo mi cuerpo, escarban en la piel, me devoran; entran por mis venas absorbiendo gota a gota la sangre, carcomen mis entrañas, estoy anestesiado por esta labor. De súbito detienen su atroz faena, su instinto les avisó de otra presa, cercana y más fresca; retroceden sacando brillo a algunas partes de mi esqueleto al retirarse, dejando colgajos de carne pútrida pendiendo de los huesos. Mis gritos se despeñan por el hoyo que fue excavado en el pecho, el dolor y la desesperación me impulsan para levantarme, mas de pronto todo se ha sumido en un glacial abismo. Siento que piso una superficie húmeda y agreste, inicio la carrera hacia la liberación desconociendo el rumbo. Mi corazón frenético a cada látido se sale del pecho, lo retengo con el muñón de una de mis manos. No sé a dónde ir, ignoro si aventajo terreno o sigo parado, lo que sobrevive de mi cuerpo casi ha perdido las sensaciones, sin embargo advierto el cansancio. Terror y sufrimiento acribillan mi cerebro, pero a la vez son un acicate para tratar de llegar a algún sitio; mis pies lacerados no pueden sostenerme, caigo de rodillas, sigo moviéndome penosamente; la vista no consigue encontrar un lugar a donde dirigirme, no alcanzo a ver más allá de la extensión de mis miedos. 
Hago añicos las coyunturas de mis piernas en cada movimiento, sintiendo como pierdo el resto de sangre decido arrastrarme; el suelo debajo de mi hiere sin piedad carne y huesos, me doy cuenta con espanto que engrosan la superficie restos de osamentas, sin duda otros claudicaron en su intento de escapar. Pasé penosamente de andar de rodillas a reptar y no puedo cerciorarme del trecho que he logrado moverme, entonces me detengo, volteo con dificultad hasta quedar boca arriba, sólo negrura hacia donde quiera que intento ver. Huí sin ser perseguido. Un sonido monótono comienza a envolverme, son como voces avisándose de haber avistado algo; me pongo en alerta, dispuesto a proseguir esta lastimosa fuga, pues siento un tumulto enardecido, que raudo está dándome alcance, dirige sin pausa su rabia hacia mí. En pocos segundos tengo detrás de mi una jauría, dispuesta a rematarme; entre dentelladas soy lanzado de un lado a otro por el filo de su rabia, dando tumbos encima del tropel que no abandona su curso mientras me devora. Yacen mis restos en la noche perenne, esperando el final definitivo, no puedo implorar más cuando soy sorprendido por garras aladas que me cargan en vilo, disputan el despojo de mi cuerpo, tirando hacia todos lados me van desmembrado; satisfecha su gula sueltan los retazos y creo que caigo, pedazo a pedazo en el oscuro vacío.

Un ruido seco hace que renazca en mi incómodo catre, transido de horror; enérgicamente recorren mis manos la áspera sábana, para cerciorarme que nada sucedió. Trastornado entre sombras del alba, digo adiós a la noche y al frío malhechor, que tanto daño me infligieron durante la inconsciencia.