lunes, 17 de noviembre de 2014

Duermes.
Veo tus demonios.
Tu sueño es inquieto, transpiras.
Ellos yacen junto a ti.
Se masturban, viendo
tus senos subir y bajar.
No les importa
la cercanía de otros cuerpos,
se desquician admirando
la silueta que tu éxtasis
delinea bajo la sábana.
Tienen prohibido tocarte,
pero acuestan sus sombras
en tus piernas.
Miro de reojo
pues yo también te deseo,
tu respiración alterada me despertó,
sonido armonioso que arrullaba
mi sueño;
interrumpe tu descanso
mi naciente agitación.
Nos encontramos en cómplice mirada,
adivinando la intención recíproca,
impulsos mutuos anticipan el lance,
tus demonios se ponen en guardia,
dos infiernos van a fundirse
sin titubeos.
Cada poro expele su euforia,
somos un volcán orgánico
abrasando el blanco mar
que nos sostiene.
Pétalos de piel
atrapados en un beso,
sacia mi sed tu magma agridulce.
Inhiesta la réplica,
nos besamos cerrando el círculo
bebiéndonos la entraña,
con mañosa paciencia.
Como manecillas dislocadas
buscamos el eje
que nos devuelva al ritmo
del tiempo.
Tus demonios arden en silencio.
Sendos torrentes fluyen intestinos,
un aroma de cuerpos tibios
en su vía láctea sumergidos.
Tu demonios no tienen corazón
ni alma, pero al vernos rendidos
se arrepienten de no haberte

tocado.