sábado, 20 de noviembre de 2010

Azul desesperado, detrás de un gris plomizo; amarillo reluciente, reprimido, sintiéndose tibio. Verde cubierto por vital transparencia de lagunas polvorientas. Humo subiendo desde el negro sucio piso. Colores en pugna, atenuados por neblina, sofocados por la polución. Olorosos colores sueltan su alma al viento, aletean avivando los sentidos, vuelan hasta desvanecerse. Los colores florecen, clímax incontenible de alegres visiones, natural orden luciendo perfección. Sedosos colores, acarician sensaciones, pintan sonrisas en medio de la prisa, tapizando artificiales prados, pequeños ejércitos de color, haciendo frente al hastío del monótono ir y venir, multitudinaria presencia de matices. Los colores respetan el tiempo de la noche, se mecen delicadamente en espera de la luz, bajo el manto de la víspera. Resisten los colores al moroso otoño, bebiendo rocío, algunos solitarios adornan un estropeado sendero, viejo y olvidado, son como faros, su fulgor perenne contrarresta los embates, en el turbio movimiento de la vida citadina. La savia no reverdece de las secas entrañas del asfalto, se marchitan los colores, algunos deshojados, pisoteados en grasiento lodo perecen. Semillas que brotarán en increíbles colores, silvestre espectro terrestre, anáfora germinal sobrevive al hurto que le ha hecho la ciudad; en los lugares más imposibles se abre paso la naturaleza, planta rebeldes colores, en inverosímiles formas crecen. La vista no discrimina, en la breve paz de la contemplación, sin excitación, se embriaga con lo que Madre Tierra produce para su delectación.