jueves, 22 de abril de 2010

Bien entrada la noche, me despierta el silbido de tu respiración,
sonido más armonioso del concierto que arrullaba mi sueño;
descubro un rostro sosegado, lo contemplo con devoción.
Recorro, con la vista, el cuerpo desnudo bajo la seda,
interrumpe tu descanso, mi naciente agitación;
nos encontramos en cómplice y lúbrica mirada.
Presagiamos con voluptuosa intención el deseo recíproco,
ansiosos impulsos mutuos anticipan la celada,
colisionan dos fuegos, en un encuentro inequívoco.


Bautízame con el líquido salado de tu regazo,
mientras paladeo el zumo agridulce surgido de tu boca,
cada poro expele su euforia, somos un volcán orgánico,
abrasando el blanco mar que nos sostiene.
Dos larvas benignas miden el terreno con vehemencia,
disfrutando analogías y variedad sin impaciencia.
La aspereza se estremece vibrando expectante,
allanándose al sentir el húmedo y acariciante paso.
Al encontrarse, se reconocen, se entregan,
enfrascándose en un duelo placentero.

Caemos en la tentación,
mas no en el pecado;
en intimidad, la unión
es un acto sagrado.


Por aromas de éxtasis envueltos,
sendos torrentes fluyen intestinos,
le petit mort tan repleta de vida,
una pareja, en su vía láctea sumergida.

Ligados por un lenguaje instintivo y silente,
impregnadas una de otra nuestras almas,
han tocado la solidez de lo intangible,
preservado la fragilidad de lo perdurable,
retornando embelesadas, del vacío a la calma,
el tálamo es guarida de los cuerpos inertes.

Poseídos nuestros espíritus del ardor más lujuriante,
rendidos a tan sublime concupiscencia,
serpientes devorándose mutua e infinitamente,
bajo el yugo voluntario de un instinto epicúreo.

viernes, 16 de abril de 2010

Unos minutos antes de la medianoche, con seguridad sé, no habré de conocer lo que llaman aurora. Este cuerpo enfermo dejará de tener conciencia de existir. Amortajado por sombras en la incierta espera. Hace algunas horas la juventud vivía; no tengo recuerdos de mi nacimiento, ni la ignota noche previa dejo indicios en mi memoria.
Cuando el sol se levantaba los primeros pasos dí; ya me dispongo a andar los últimos de mi breve vagar, los que me han de perder en otra desconocida oscuridad.
Un día en la vida, efímero; me parece haber vivido solamente hoy. El tiempo transcurrió y no pude hacer más que tratar de ir a la par de el.
Impotente ante la situación, veo pasar los segundos finales, insatisfecho. Sin más porvenir ni ayeres. Sólo el presente es eterno.

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Ya no respiro, sin embargo, extrañamente, percibo oscuridad, un denso vacío me circunda, he perdido todas las sensaciones físicas, profunda quietud, desconocida, me domina. ¿Los muertos añoran la vida? Atmósfera de lamentos me traspasa; se le unen los míos, como sonar de ballenas en el mar, pero no comunica nada esta tonada, es una sonata lúgubre, desesperada, son rezos y maldiciones, por ilusiones derivadas a decepciones. En esta condición no hay duda ni espanto, es levedad.
Mientras vivía, jamás pudé imaginarlo.

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Cuando me declaren muerto, mi cuerpo al aire libre ha de estar, como un desecho sin guardar. Desintegrándose a la intemperie, sea un elemento más. Corra en el ímpetu de la corriente que al mar se agrega ó en el lecho inerte, por donde esta pasará. Revuelto con hojarasca, Eolo a su albedrío nos paseará; uniéndose con la tierra, como si regresará al vientre. Flotar en nube de hollín, capa de polvo, posándose, día tras día, en cualquier lugar.
Hacer que lloren unos ojos, lágrimas que ya no podré enjugar,
secar algunos labios, un beso póstumo les daré,
prenderme a unas manos, sutilmente las estrecharé,
habitando en aquellos suelos, descomponiéndome y unido al polvo, que polvo soy,
lograré no perecer.

domingo, 11 de abril de 2010

Dos amantes, al besarse,
detenidos entre la multitud,
ignoran el movimiento en derredor,
intentan de la realidad sustraerse.
Ese dúo estorbando el paso, se vuelve
blanco de miradas curiosas, admiradas,
que pretenden ser indiferentes.
Causa asombro esa forma de evadirse,
dejándose llevar por el vaivén
presuroso de los extraños.
Son el centro en su universo,
ella y él,
viajeros errantes, compartiendo ruta,
espuma en la cresta de las olas.
Ojos cerrados,
se olvidan del tiempo,
húmedamente en el silencio,
sus bocas se dicen todo.
Cubiertos por su abrazo,
insolentes ante la indiscreción,
le muestran un nuevo rostro,
en el cual los dos se funden
íntimamente;
semblante de amantes,
anónimo, de complicidad.

sábado, 3 de abril de 2010

No desconfío de nadie, con cada cual soy amigable; igual trato al ceñudo, al afable, el de mirada hosca o el de faz noble, no juzgo apariencia, me brindo amable; sin embargo la precaución es indispensable, con todos voy atento, ante peligro probable. -Pherro solitario de la calle-