Eras la sombra más vivaz de esa noche.
Debajo del vestido negro tu piel lozana se sentía
cautiva, aguardando unas manos libertinas para volverse juntas fugitivas.
Bella silueta con garras y sonrisa de niña.
Mientras mordías mi anzuelo me clavabas un arpón.
Te seguí por calles tan oscuras como tus ojos, creciendo el deseo al ritmo voluptuoso de tus pasos, el vestido
largo barriendo la arena de esas calles, refugio de empedernidos noctámbulos;
caminábamos apresuradamente pues hicimos un contrato de tiempo que nos empujaba
a un sórdido lugar, donde el humo mareaba, las paredes hablaban, algunos
rostros eran hoscos, otros insatisfechos, los más indiferentes parecían
verdaderamente perdidos, las complicidades pasajeras se terminan cuando cada quien
toma su camino y salen en busca de la próxima aventura o de una dosis de
olvido. La noche siempre terciando en la repetición de la historia.
Bajo la luz mortecina la belleza se
escondió, el candor en tu rostro desapareció, tu vestido largo dejó
su esplendor en las banquetas, pero al caer sin pudor de tu talle, pude ver tus
firmes senos pequeños, tus macizas caderas de mulata, tus piernas largas,
que me animaban a dar el salto al precipicio. Afuera seguían la música y las
risas, adentro el tiempo tenía prisa; fingimos por unos minutos que
compartíamos la soledad y el egoísmo, de un lado malsana curiosidad y por otra
parte, quizás algo más que necesidad. Entre nosotros dos el silencio no quería
decir nada, tus ojos cerrados tampoco hablaron y ya empezaba a verte como a un
recuerdo. En el acantilado de tus piernas arremetieron mis olas, mi espuma se
regó en tu arena, cuando tus ojos fueron, por un momento, eclipse lunar.
Pensaba si tu oficio te redimía y tal vez era yo el
único pecador, entonces deje de pensar y también de sentir, mientras escuchaba
venir de afuera el bullicio de la gente y la voz del mar. Apresuramos
las últimas caricias y un beso sin compromiso, cuando puntual el tiempo
golpeaba bruscamente a la puerta. Salimos del lugar, juntos tan distantes, otra
pareja de desconocidos separándose; hay momentos en que simplemente uno está,
sin pensar ni sentir, nada más continuar, volver a caminar sobre la arena,
entre el océano y la gente. La noche esconde la belleza de la playa, como tu
cuerpo bajo el vestido negro. Tenía papeles para comprar más tiempo, pero ya no
guardaba curiosidad, me dejé llevar por la oleada de gentes, arrastrando mis
pasos, sin remordimientos pero muy cansado, viendo como el sol coloreaba el
horizonte, una fresca mañana desde el puerto de algún lugar del mundo.