jueves, 14 de abril de 2011

Le tuvo fe a la noche, varias noches.
Despreció al día ¡cuántos desperdiciados días!
En sus ojos los resabios del desvelo, su cuerpo estragado por el necio esfuerzo innecesario.
Duerme al calor del sol, arrullado por los trinos bulliciosos de las aves y sueña que es un árbol, viviendo a gusto a la intemperie. Materia etérea le otorga la calma que anhela, mientras sueña la miseria se vuelve esplendor, desconoce el dolor, sobrepasando el temor, sumido en la natural inconsciencia, se prepara para surcar otra noche, renovado el valor.
Despierta cuando el ocaso se presenta, se suma a las filas de las sombras silenciosas, en la fresca madrugada por calladas veredas vela, siguiendo el rastro de otras oscuras ánimas, prófugas de la luz, que no buscan ni esperan amaneceres mientras pierden la cuenta de los malgastados ayeres.
Pero no se duelen de lo perdido, se regocijan brevemente con lo ganado, pues no pueden recoger la misma agua que han tirado y saben que el tiempo no va a reclamarles desde el pasado.
Vuelven a las tumbas abiertas, las sombras somnolientas, observando atentas al día venir.
El fragor de las horas matutinas, colmadas de rutinas, son ignoradas por las sombras que reposan, ligadas sus sensaciones con el crepúsculo; dejarán el encuentro con Morfeo para volver a vivir, juntos o dispersos, los nobles y los perversos, taciturnos pero sin reproches, rindiendo culto a la noche, a troche y moche o bajo la más rigurosa disciplina; solitarias y cerradas las iglesias, abiertas de par en par las cantinas, la lujuria paseando en las esquinas, se desnuda tras cortinas; la noche a todos sus inadaptados adeptos, de su locura los contamina.
¡Qué sola se siente la sombra!
Cansada, planea otra mudanza, pero ¿a dónde ha de ir sin fe ni esperanza?