miércoles, 2 de febrero de 2011

Cuando no ando en busca de elementos, en medio del camino, simplemente los encuentro, en algún momento son tan prolíferos que con ellos me tropiezo, pero los malgasto, los desdeño, más tarde los echo de menos; luego escasean por largo tiempo, entre sueños creo verlos, huyen mientras estoy despierto.
Mis ojos descomponen la vista en trastornadas visiones, cansados de ser obligados a capturar lo invisible. Quien dicta ha callado, le pedí algunas palabras, una sencilla idea, pero enmudeció y no tengo habilidad para interpretar sus señas, ha dejado mi mano inmóvil y a la imaginación estéril; le fastidió la ceguera mía, nunca logré leer en mi mente lo evidente, se cansó de mi sordera, no alcancé a escuchar lo que a gritos me decía. Se deshoja la frustración. Sigo esperando la lluvia, la luna llena, una voz en el cielo ó experimentar un déjà vu.
Hoy no vino, entonces sigo mi camino; dondequiera que yo vaya, dará conmigo.
No hace citas, ni acepta invitación, pero cuando llegue tendrá recepción.
No hay poesía en las horas de labor, a menos que seas espectador.
Estaba intentando escribir, mas no me llegó ni una insinuación, entonces me dejé llevar por la obstinación.
Ideas apareándose con palabras, endebles en tinta indeleble, intactas, no se retractan, se autorretratan, se reproducen en blancas horas hechas bolas. No afirmo sea poesía, sin duda es el recuento de mis utopías.
Si el grafito se borra, anula la cordura; la tinta mancha y cubre a la intuición insegura, porque de un momento a otro lo que consideraba genial se torna banal.

Otra mañana despertaré, ningún recuerdo del poema soñado, ni la certeza de saber lo que quiso decir.