domingo, 30 de enero de 2011

Vivimos en el mismo mundo, intuía tu presencia en momentos disímiles; ambos somos de eviterna e icástica estirpe. Estuvimos perdidos, sierpes errantes, escondiéndonos subterráneos, timoratos, todo postergábamos. Sobrevivimos por siglos, a pesar del egoísmo. Reminiscencias de arcaísmos preservaban el pesimismo, a costa de nosotros mismos. Abriéndose paso desde un sombrío agujero, vimos el alumbramiento de la voluntad; a partir de ese sentimiento oscuro, nos dio el primer impulso hacia el futuro. Dolía abandonar las costumbres, malas pero seguras, salir de la tibia pocilga, de golpe a la vida guiados por el instinto, sentimos ganas de andar. Dentro de un sólo envase, el bien y el mal, el miedo y la esperanza, la violencia y la conciencia, con afán de surcar la noche negra del pasado, sanear los vestigios que gritan y lloran desde lejos, hacerles su lugar en el recuerdo, para que no invadan el tiempo.
Un momento cualquiera, sin planearlo, resolvimos enderezar la cerviz, mirar de frente al sol, no nos deslumbró, osamos erguirnos, de arrojo armados. Dimos el primer paso, un tanto titubeante, el siguiente adquiriendo confianza, secuencia sencilla, sin agobiarnos. La ilusión se despertó hambrienta, levantándose de los tropiezos intacta, venciendo temores cíclicos. Luego hemos dado un salto, todavía sin descenso. El ayer quedo rezagado, ha dejado de pesar. Descubrimos las causas, de aquélla anterior condición, trabajo arduo. Hallamos un proceder casi perfecto, ilimitado. Muchos senderos por delante, escapan sus confines a la mirada. En el inalterable e ignoto acontecer de los misterios, sembramos con paciencia proyectos interminables, cosechando resignados en medio de la gran duda. Cuando es menester hacia atrás la vista volver, lo hacemos para observar, en algún punto del camino, la oscuridad de los extremos.