sábado, 15 de enero de 2011

Escribir es construir, despejar lo que se hallaba obstruido.
Levantar un castillo, convertirlo en laberinto, salir por una puerta secreta y regresar al vacío.
Partir de cero, atravesar el infinito, ascendiendo por un camino sin luces, un lance temerario contra el tiempo y los sentidos.
Andar entre tinieblas persiguiendo un destello, volver de años luz de distancia, ileso, de una expedición a nuevos universos.
Traspasar agujeros negros con el impulso del pensamiento, develar un secreto del que nadie tenía sospecha, fabricar nuevos misterios, plantar semillas etéreas e imperecederas; llenar un espacio con palabras, de lo vulgar a lo sublime, de lo trivial a lo fantástico, cursi e inconexo, una pretensión ambiciosa, un vicio obsesionante, una actividad tan vanamente genial.