No
son eras, milenios, siglos, décadas, lustros, años, meses, semanas, días,
horas, minutos ni segundos, el tiempo no existe; nos movemos en la nada vital,
que alberga en su infinitud, todos los movimientos, de toda materia. Se mueve,
sin dirección, todo empujado por el impulso infinito. Un avance sobre el camino
que se crea a cada paso, con repeticiones renovadas, coincidencias y novedosas
situaciones. El origen, el centro, es un punto imposible de ubicar,
imperecedero. Pero no va a favor o en
contra de algo, simplemente está, sencillamente es. Energía esparcida en el
universo, a distancias insalvables, de formas imposibles y mutables, puntos
separados de una figura inexplicable, donde el pensamiento se expande y las
voces mueren. Un lugar inmenso, albergando dos realidades, una visible y otra
imaginable. En uno de esos puntos, ambas realidades se revuelven, contradiciéndose,
queriendo mutuamente apoyarse, explicarse, cada una por su cuenta o al parejo,
un misterio muy añejo. Prodigios que vienen de lejos, respuestas alejándose,
encontrar indicios en el error, claves en sueños confusos, si alguna vez se
logra encontrar ¿de qué servirá la verdad? Pero la búsqueda es una aventura, a
veces grata y otras trágica. Sin medida.