miércoles, 13 de julio de 2011



No son eras, milenios, siglos, décadas, lustros, años, meses, semanas, días, horas, minutos ni segundos, el tiempo no existe; nos movemos en la nada vital, que alberga en su infinitud, todos los movimientos, de toda materia. Se mueve, sin dirección, todo empujado por el impulso infinito. Un avance sobre el camino que se crea a cada paso, con repeticiones renovadas, coincidencias y novedosas situaciones. El origen, el centro, es un punto imposible de ubicar, imperecedero. Pero no va a favor o en contra de algo, simplemente está, sencillamente es. Energía esparcida en el universo, a distancias insalvables, de formas imposibles y mutables, puntos separados de una figura inexplicable, donde el pensamiento se expande y las voces mueren. Un lugar inmenso, albergando dos realidades, una visible y otra imaginable. En uno de esos puntos, ambas realidades se revuelven, contradiciéndose, queriendo mutuamente apoyarse, explicarse, cada una por su cuenta o al parejo, un misterio muy añejo. Prodigios que vienen de lejos, respuestas alejándose, encontrar indicios en el error, claves en sueños confusos, si alguna vez se logra encontrar ¿de qué servirá la verdad? Pero la búsqueda es una aventura, a veces grata y otras trágica. Sin medida.