jueves, 9 de febrero de 2012


Alguna noche, una de esas muertes va a llevar mi nombre.

Tú, descuidada recibes la lluvia, opacos reflejos en la noche te adornan, lunas artificiales que se alargan con la humedad. Obstinado por seguir en vela te recorro, resbalo sobre tu piel, el agua me impide ver tus defectos. Un letargo sigiloso intenta adormecer mis sentidos, la luz fija en el retrovisor y el sonido monótono de la ruta, me hipnotizan; un instante es la vida. Pierdo el control, giran las calles, el túnel se retuerce, mi cuerpo se fragmenta y de pronto todo es olvido. Jirones de piel sobre la tuya, lágrimas disolviéndose en grasa lodosa, sangre corriendo hacia tus venas, por las alcantarillas. Raudo un mal presagio ulula en la avenida, impresionados policías registran otra desgracia, el comité de curiosos observa desde los autos, alguno con respeto se santigua; solitarios rescatistas suben los pedazos de una historia anónima a la ambulancia. En el ingente silencio de la noche anegada, nadie se percata de una sombra que brega contra la lluvia, en su afán de alcanzar el cenit de su esperanza.