Alguna noche, una de esas muertes va a llevar mi
nombre.
Tú, descuidada recibes la lluvia, opacos reflejos en
la noche te adornan, lunas artificiales que se alargan con la humedad. Obstinado
por seguir en vela te recorro, resbalo sobre tu piel, el agua me impide ver tus
defectos. Un letargo sigiloso intenta adormecer mis sentidos, la luz fija en el
retrovisor y el sonido monótono de la ruta, me hipnotizan; un instante es la
vida. Pierdo el control, giran las calles, el túnel se retuerce, mi cuerpo se
fragmenta y de pronto todo es olvido. Jirones de piel sobre la tuya, lágrimas disolviéndose
en grasa lodosa, sangre corriendo hacia tus venas, por las alcantarillas. Raudo
un mal presagio ulula en la avenida, impresionados policías registran otra
desgracia, el comité de curiosos observa desde los autos, alguno con respeto se
santigua; solitarios rescatistas suben los pedazos de una historia anónima a la
ambulancia. En el ingente silencio de la noche anegada, nadie se percata de una
sombra que brega contra la lluvia, en su afán de alcanzar el cenit de su
esperanza.