martes, 12 de abril de 2011

Todo se volvió palabras.
Las cosas, los sentimientos, los sueños, los pensamientos, los deseos prohibidos, los pecados, las mentiras, los problemas, las frustraciones, la sabiduría, la ignorancia, las necesidades, todos los actos buenos y malos, las sensaciones, hasta lo que no se ve, lo más temido, suposiciones, creencias, leyendas, esperanzas.
Algunas veces he prescindido del uso de las palabras. Por ejemplo en mi trabajo…
Aquella fría pero despejada noche de invierno, en la que las rutilantes luces del cielo titilaban como en una competencia, tratando de lucir unas más que otras, me encontraba circulando por la zona sur-oriente de la Ciudad, en medio de un tránsito inusual para esas altas horas del día, cuando veo una mano levantarse para “hacer la parada”; como sucede en todos los casos, nunca sabes lo que te va a tocar en suerte, solamente esperas que haya gente en las calles necesitando hacer uso de un Taxi.
Eran tres personas sordomudas, a base de señas me fueron indicando el camino para llevarlos, sanos y salvos, a su hogar; en sus caras se notaba la preocupación, era de noche, una Señora –sentada en el asiento del copiloto- fue quien tomó el control de la situación, ya que hubo unos momentos en que los tres se manoteaban tratando de guiarme; la Señora me señalaba con firmeza la dirección que debía tomar, me miraba de reojo, quizás tenía en mente alguna mala experiencia anterior; desde el asiento trasero un Señor y una adolescente constantemente le tocaban el hombro, como queriendo hacerle alguna corrección, pero la Señora sólo hacia un ademán parecido al que utilizamos al espantar moscas, se ponía el dedo índice en la boca y con un sonoro ruido los aquietaba, esto me causaba un poco de risa, la señora se dio cuenta y también se reía, haciendo un gesto de condescendencia hacia sus acompañantes, quienes manifestaban demasiada inquietud; yo me mostré muy seguro durante el trayecto, sin hacer movimientos "sospechosos", para no angustiarlos más. Sin ningún tipo de sobresalto llegamos al lugar, luego de un viajecito de más de treinta minutos, era sábado casi a la medianoche, obras abiertas, dos accidentes, calles cerradas por fiestas, una típica noche de fin de semana en la Ciudad. Después de un ademán para indicarme la última vuelta a la derecha y de señalar con el índice hacia abajo (con mucha autoridad) para marcarme el alto, paramos en una de esas colonias populares donde hay venta de comida hasta bien entrada la noche y mucha gente paseando tranquilamente; se bajaron del Taxi, el Señor me pagó, la Señora me agradecía con elocuentes gestos y una sonrisa de agradecimiento, la adolescente seguía con la misma cara de enfado desde que abordo el Taxi; además de obsequiarme una generosa propina, quede muy satisfecho al ver reflejada en los rostros de la pareja la calma por haber llegado a su domicilio sin contratiempos ni algún tipo de abuso por parte de su servidor. Por último, el Señor hizo con su mano derecha la señal con el pulgar hacia arriba y también una sonrisa de gratitud en su cara.
Esta ha sido la ocasión, en poco más de dos años que llevo trabajando de chafirete ruletero, en que realmente he sentido la satisfacción del deber cumplido, sin que hubiera palabras de por medio para entenderme con los pasajeros.
Ahora recuerdo a otro joven sordomudo que inmediatamente al subir al Taxi comenzó a hacer ademanes para indicarme el camino, el problema esa vez fue que él se sentó en el asiento trasero y eso me dificultaba seguir sus indicaciones y al mismo tiempo manejar; afortunadamente fue un recorrido corto, no tuvimos mayores complicaciones para entendernos y al pagarme el servicio también me regalo unos pesos más de lo que marcó el taxímetro. Considero que en ambos casos fui yo quien no les causo dificultades a los pasajeros.
Y pues la enseñanza que he sacado de estas experiencias, es que debo buscarme puros clientes sordomudos, ya que dejan buenas propinas.
Palabras más, palabras menos.