martes, 25 de octubre de 2011


En ocasiones te detesto tanto que disfruto tu ausencia.
Por ejemplo en las mañanas, cuando me has despertado al levantarte y puedo ocupar la amplitud entera de la cama, mientras duermo diez minutos más, antes de que vengas a molestarme, con eso de:
-¡Mi amor, ve a bañarte, se nos hace tarde!

Después de dejarte en tu trabajo, poder maldecir un poco por la lentitud del tránsito en las calles y la gente ansiosa abalanzándose imprudentemente porque se les hace tarde, sin tener que escucharte decirme:
¡No te desesperes corazón, más vale un minuto de retraso que lamentarte por días!

Comer “cualquier cosa” en la calle, en tanto el tiempo ha devorado más de la mitad de la jornada laboral, evitando tu inoportuna pregunta:
-¿Serán conscientes de la higiene en ese lugar, mi amor?

Apurar mi salida de la oficina, para tomar una cerveza en el bar antes de pasar por ti; no obstante sentir tu voz cuestionándome:
-¿Te cercioraste de no dejar nada pendiente, cariño?

¡Ah, pero no te perdono que te despidas de mi sin besarme! Pues todo el día estaré esperando la tarde, para volver a abrazarte.