domingo, 19 de diciembre de 2010

En un momento del que no existen pruebas, súbitamente algo nos unió, la fuerza del deseo nos llevo a un paréntesis de la eternidad, donde nos encontramos por primera ocasión. En la claridad de tus pupilas me pude mirar, mientras pendía como barro entre tus manos. Mas llegué a sentirme inmenso, a tu calor estrechado. Juntos, ahuyentando la oscura soledad de nuestros universos. Sentí tu corazón latir en mi pecho, me decías lo que pensaba yo, anticipándote a mis palabras. Flotábamos envueltos por la noche. Estuve en ti, un eterno instante, gozando la verdad de tu cariño. Aspiré el aroma inmaculado de tu desnudez, recorriendo la amplitud de tu regazo, nos recompenso el placer, renaciendo una y otra vez. Espontáneo surgimiento del entendimiento, mirando la quietud del tiempo, testigos fuera de este mundo nos vieron, apagaron luceros para no perturbar el silencioso movimiento, beso de dioses en el momento de nuestra pasión, creación de vida en el vacío, animada por el amor. Repentinamente siento frío, a la realidad despierta la tristeza, se origina el día más largo de mi vida, el mismo sol se levanta, no son tus ojos y yo tengo un vago recuerdo, en las manos rotas, en mi espíritu derrotado, del peso de tu ser. No estás, el tiempo se va. Fue pura invención de mi mente desesperada, sin intermedios, todo permanece en su lugar. Mis labios segregan hiel, añoran el sabor de la flor palpitante que atrapada en besos, se trocaba mariposa, revoloteando en la tibia humedad. No considero la muerte, tengo en mente volver a verte, nacer de tu aliento, hablarle de amor a tu boca, cuando vengas. Ejerzo el recuerdo y juego al prestidigitador con una parte muy sensible de mi cuerpo.