lunes, 3 de marzo de 2014

Sueño Caliente


En algún punto del último recorrido nocturno, de mi jornada de Taxista, una figura, que se escondía entre los árboles de la banqueta, me solicita servicio y sube a mi auto, se agazapa en el asiento trasero, con voz pausada y apenas audible, me indica el camino por el que vamos a andar. La noche se convierte en asfalto, guiados por la intermitente línea blanca, tomamos un camino que nos aleja de la Ciudad, una ruta incierta y sinuosa; gigantes verdes se bañan con fino rocío, el viento silba una balada misteriosa, millones de luceros lejanos adornan el suspenso de la oscuridad. Con los cristales bien cerrados, escucho el tenue rumor de la máquina y el acelerado ritmo del corazón de mi pasajero, juntos son una cadencia que empieza a hipnotizarme; bajo la ventanilla para permitir al aire frío abofetear mi modorra, avanzamos por una larga zona de cerradas curvas; la radio no capta ninguna señal, el pasajero musita palabras inintelegibles, a la orilla de la carretera unos perros ladran como si estuvieran poseídos, en un aislado caserío se escucha el canto de los gallos. Al salir a una larga recta, por momentos parecia que nos estancabamos en la gélida monotonía de la noche; después de un alargado instante, por fin veo venir de frente las luces de un camión de carga, me siento aliviado al darme cuenta de que no andamos solos en la noche. El motor se forza un poco pues inicia el ascenso que bordea los cerros, nos adentramos en un banco de niebla, la luz de los faros da vida a amorfas aves que mueren al chocar contra el auto; el pasajero suelta una risa nerviosa, respira agitadamente, me pide que suba el cristal pero lo ignoro, salimos de la niebla en el punto donde comienza la pendiente y otra serie de curvas muy cerradas, por lo mismo peligrosas, necesito mis ojos abiertos y mi cerebro bien atento; alcanzamos a varios cargueros que surcan las eses con precaución, amablemente nos van cediendo el paso, el rocío se ha convertido en llovizna, el asfalto brilla bajo las potentes luces, el ruido de motores desacelerando domina ese tramo de noche pavimentada. Un fulgor crepitante en lontananza, crece en medio de la oscuridad, el pasajero lo distingue y se torna ansioso.
-Hacía allá nos dirigimos,
dice con voz profunda.
No me había dado cuenta de que dejé la radio encendida, la antena capta al vuelo una señal que viajaba callada en el pesado silencio nocturno, un riff desenfrenado de guitarra me toma desprevenido, el pasajero se carcajea ante mi sorpresa, me ordena subir todo el volumen del stereo, esta vez acato su petición. Canta a voz en cuello una canción que yo desconocía:

Manejé toda la noche, 
para verte
estrella de la carretera,
gasté mis ilusiones
siguiendo tu luz;

en pos del fuego
de tus promesas,
se lanzaron
almas rebeldes,
brillas en sus
esperanzas caducas,
estrella de la carretera;

Carreteras nebulosas
caminos en la obscuridad
carreteras peligrosas
antesalas de la eternidad
tumbas a la vera de la ruta
errantes borrachos y putas,
murieron buscandote,
estrella de la carretera...

Me siento como un poseso, piso el acelerador hasta el fondo, el pasajero sigue cantando enardecido, nos aproximamos al fulgor que ahora domina el horizonte, la parte instrumental de la canción es una inyección de adrenalina, el paisaje toma un aspecto dantesco, seres resplandecientes bailan en la orilla del camino, mi acompañante saca medio cuerpo por la ventanilla trasera, grita desquiciado, maldiciones a la noche y alabanzas al fuego que ocupa ambos sentidos de la carretera, la lluvia se ha hecho intensa, pero no logra sofocarlo; muy cerca del nacimiento de las llamaradas, la imagen se vuelve nítida, carros destrozados obstruyen el paso, especialistas de protección civil indican una desviación, piden que reduzcamos la velocidad, pero con un grito bestial el pasajero me impulsa directo a las luengas flamas, ruge el motor, cuerpos y fierros arden sobre el asfalto.

-¡Atravesemos el infierno!

Despierto por el reflejo del dolor, a causa del café ardiente cayendo en mis piernas, me encuentro en el mismo sitio donde estaba cuando creí ver a una persona haciéndome la seña para detenerme, en una calle mal iluminada; la súbita reacción me deja ver que simplemente se trata de un raquítico arbolillo, cuyas flacas ramas son agitadas por el viento.