viernes, 7 de marzo de 2014

El Animal Indefenso


I
La batalla es constante, con algunas pausas forzadas por las mismas costumbres y el cambio de elementos para continuarla.

Por un lado, el que ha sido elegido como blanco de los sostenidos embates, un ente imperfecto, limitado; fuertes razones le obligan a permanecer en el campo de batalla y su presencia es el motivo por el cual los depredadores no cesan las incursiones.

La parte ofensiva tiene muy arraigada en su naturaleza el ser agresor, es la supervivencia de la especie, están diseñados para irrumpir en cualquier lugar y conseguir su objetivo a pesar de tener minúsculo tamaño; no importa si es a plena luz del día o en completa oscuridad, distinguen fácilmente cualquier distracción del blanco, su única desventaja es no poder ejecutar en silencio, mas compensan éste defecto con una asombrosa rapidez, a veces indetectable para los radares de la víctima, pues por momentos parece que se vuelven invisibles, aprovechando para realizar exactas evoluciones de reconocimiento y asalto, -además, el vibrante aleteo confunde al benévolo- se esconden, vuelan bajo, coordinados magníficamente logran confundir a su presa.

II


Lo dicho, el Animal se encuentra en el campo de batalla, concentrado en alguna labor, prácticamente inmóvil bajo la luz eléctrica, solamente sus dedos se mueven con premura, hasta ahora resiste con paciencia las punzantes agresiones de las F. F. A. A., las cuales arremeten sobre toda superficie descubierta, firmes sacudidas del objetivo les obligan a retirarse a ratos, alzan el vuelo esquivando algunos intentos de ser eliminadas. 

El organismo ha sido dañado en varias zonas, hace un rápido inventario de las secuelas y se dispone a tomar desquite, provisto exclusivamente de su ira y una pesada arma larga, ataque defensivo es su estrategia, pero priva el desorden en su intento. Ha caído la noche y debe procurar descansar, sus sentidos se comienzan a entorpecer, facilitando la labor de los acosadores.

Dispuesto a recogerse, cubre todo su territorio con una gruesa capa que lo protege del frío y de las acometidas de los pequeños kamikazes; está consciente de que en cuanto quede a oscuras, su cabeza será blanco fácil para los sedientos suicidas. Se concentra en conciliar el sueño, sin embargo vuelven a la carga, en libertad, aliados a la ausencia de luz, planean zumbando temerariamente a ras de piel. 

III

Imposible resistir el asedio sin perder la paciencia. El Animal descubre con suma molestia que los aguijones de sus enemigos traspasan su cálido escudo; se levanta de súbito, blandiendo ridícula saeta, los ubica por su insoportable sonido, aporrea el aire, chusco e iracundo esgrimista sin tino. Las F. F. A. A. se dividen, unos replegándose mientras otros audaces continúan las embestidas. Poco a poco el Animal se despabila, sus ojos bien abiertos, animado por la desesperación logra dar caza a uno de los raudos elementos, aún en penumbras, recorre con agilidad su recámara, pero sabe que auspiciado por la luz tendrá éxito total el contraataque; al verlo en acción el hostil escuadrón retrocede buscando escondites para resistir la réplica, sin embargo los dípteros no sospechan que éste ha sido su último avance. El Animal logra asestar certeros golpes, la sangre queda untada en techo y paredes, ve caer lentamente los cadáveres que cazó al vuelo, diminutas y prodigiosas anatomías, pero en exceso fustigantes; diezmadas por la violencia del primitivo cazador que vive en el Animal, ponen en práctica sus maniobras evasivas; sin embargo, puerta y ventanas se hallan ahora bien cerradas.
Cerca de terminar con sus enemigos, redoblando saña y precisión, sin tomar respiro, decidido a terminar su dantesca obra, frenético busca en todos los rincones, emboscando implacable a los supervivientes.
IV

Después de la fragorosa reyerta, nuevamente a oscuras, completamente en silencio, ya restablecida su respiración, se toma unos momentos para cerciorarse de que los ha exterminado y satisfecho se dispone a dormir.

En la antesala del sueño, el Animal confunde el paso de nuevos y atrevidos enemigos, con el de unos labios acariciantes, se siente impulsado a buscar ese beso que pasea por su rostro, entreabre la boca para recibirlo; pero reacciona sorprendido, a penas para evitar tragarse a un osado mosquito.