jueves, 28 de abril de 2011

No sé a dónde se me escapan las palabras.
Quiero recuperarlas, recordarlas, tener una idea y alimentarla de palabras, vestirla de palabras, hacerla crecer con palabras.
Se van al compás del tiempo, hacia el olvido absoluto, silentes en la oscuridad de mi desesperación.
Caminaron despacio en esas horas en las que me encontraba imbuido en la duda, me veían de reojo cuando desalojaban mi memoria.
Vienen otras, no entran, pasan, procuro asirlas, unirlas, crear empatía entre ellas y la idea.
La idea latente, desnuda, hambrienta, en el seno infinito de la inspiración.
La inspiración se vierte imparable en el vacío ilimitado de la imaginación.
La imaginación multiforme, atemporal, llena de imágenes, sonidos y palabras el espacio insondable de la memoria.
La memoria que por si sola retiene y conserva sucesos, detalles, de la misma manera que en ocasiones omite lo obvio.
Una marejada de palabras me encuentra desprevenido, desprovisto de los utensilios para pescarlas; una red blanca y una caña de hilo negro debo tener a la mano, me digo, viendo el desierto que forman cuando se marchan.
En el comienzo del intento, veo la chispa que alumbra el camino por donde me encontraré con las palabras.
En la invisible prisión del pensamiento me siento en libertad de usarlas.
Nutren mi mente con su simiente etérea, las ocasiones en que me hablan las palabras.