lunes, 9 de junio de 2014

Sombra de arena





Fuiste la sombra más vivaz de esa noche. Bailando entre las luces, me acechabas presa astuta, engañando al improvisado cazador.
Mientras mordías mi anzuelo me clavabas un arpón, bella silueta con garras y sonrisa de niña.
Debajo del vestido negro tu piel lozana se sentía cautiva, aguardando unas manos libertinas, para volverse juntas fugitivas. Una señal de tus ojos y mi instinto por las calles te siguió.
Despertaba mi deseo el ritmo voluptuoso de tu andar, el vestido largo barriendo la arena, refugio de empedernidos noctámbulos; caminábamos apresuradamente pues hicimos un contrato de tiempo que nos empujaba a un sórdido lugar, donde las paredes hablaban y las sombras se fundían, haciendo transpirar al aire puro humo y licor; algunos rostros eran hoscos, otros insatisfechos, los más indiferentes parecían verdaderamente extraviados.
Bajo la luz mortecina la belleza se difuminó, el candor en tu rostro desapareció, tu vestido largo dejó su esplendor afuera del cuarto, pero al caer sin pudor de tu talle, pude ver tus firmes senos pequeños, tus largas piernas, que me animaban a dejarme caer en toda su plenitud, hasta derrotarme debajo de tus macizas caderas de mulata.
Tras la puerta sonaban sin fin música y carcajadas, adentro el tiempo tenía prisa; fingimos por unos minutos que compartíamos la soledad y el egoísmo, de un lado malsana curiosidad y por otra parte, quizás algo más que necesidad. Entre nosotros dos el silencio no quería decir nada, tus ojos cerrados tampoco hablaron y ya empezaba a verte como a un recuerdo.
En el acantilado de tus piernas arremetieron mis olas, mi espuma se regó en tu arena, cuando tus ojos por un momento se eclipsaron.
Pensaba si tu oficio te redimía y tal vez sólo era yo otro aprendiz de casanova en turno; entonces dejé de pensar y también de sentir, mientras escuchaba proveniente de afuera, el bullicio de las personas y la voz del mar. Apresuré las últimas caricias y un beso amargo, cuando puntual el tiempo golpeaba bruscamente a la puerta. Las complicidades pasajeras se terminan cuando cada quien toma su camino, en busca de la siguiente aventura o de una dosis de olvido. La noche siempre terciando en la repetición de la historia. Salimos del lugar, juntos tan distantes; hay momentos en que uno simplemente está, sin reflexiones caóticas, nada más continuar, volver los pasos sobre la arena, entre el océano y la gente. La noche esconde la belleza de la playa, como tu cuerpo bajo la tela deslucida.

Tenía papeles para comprar más tiempo, pero ya no guardaba curiosidad, me dejé llevar por la oleada de sombras, arrastrando mis pasos, sin remordimientos pero muy cansado, viendo como el sol coloreaba el horizonte, una madrugada de otoño, desde el puerto de algún lugar del mundo.