viernes, 23 de diciembre de 2011


Como siempre, mueres.
Ridículamente,
con la boca abierta,
desesperado;
tratas de aferrarte
al aire que te deja.
Fantasmas detrás de ti,
te empujan al abismo,
no te salva tu cinismo,
cada final es el mismo.
Morir,
luego de cada carcajada,
aún en la alegría, temes.
Y en la inconsciencia
de tus horas más oscuras,
títere de inéditas locuras,
no lo sabes, pero mueres.
Entonces llenas los días
de cosas y las noches de otras,
mas estás como ausente,
presintiendo la muerte.
Sabes que es un desperdicio,
sin embargo, eso te hace
sentir vivo, saltar sobre
el precipicio, sin sentido.

Una boca te llama, te besa,
te muerde; sus brazos
delicados, ciñen tu alma
peregrina.
Al momento del amor,
en medio de la noche fría,
sólo un poco se te olvida
y vives un divino instante;
la húmeda, breve muerte.