De
diez en diez,
se
van los minutos
y
en uno de esos instantes,
se
han descubierto otros planetas,
pero
no se inventan letras nuevas.
Dormí,
media hora quizás,
imaginé
un titulo (era un sol lánguido,
en
la noche de mi ensoñación)
y
varias palabras,
exacta
cada una, sin orden juntas
(como
cactus, velando estoicos,
en
la árida de desesperación nocturna).
En
mi visión de frases incoherentes,
me
sentía insensible ante el texto volátil,
el
olvido repercutía en cada respirar,
los
placeres desfallecían inactivos.
Un
dios atolondrado
evadía
su encomienda y no creaba nada
deseaba
capturar al sol y prolongar una hora,
andar
más rápido que el tiempo,
ser
luz para violar la penumbra.
Una cortina de lluvia
me
separaba del despertar,
su
grito ahogaba mis suspiros,
mas
no lograba desaparecer
el
olor inolvidable de la niñez,
que
he conservado hasta ahora
como
mapa roto
de
un laberinto inexistente.
Al
abrir los ojos,
pude
escuchar a las palabras
agonizando
de silencio,
discutiendo
como dioses y demonios,
el
escenario del siguiente sueño.