domingo, 15 de mayo de 2011

Camino, no caigo; cuando caigo vuelo, aunque el vuelo no me despegue del suelo.
Tratando de escribir a la velocidad del pensamiento, sin consentimientos, afanándome en crear ecuaciones lingüísticas, que no trabalenguas matemáticos.
Constriñendo el universo mental a un confín especifico. Persigo a la idea en el vacío, la quietud me distrae, me embelesa, absorbe mi atención y duermo. La idea regresa en un sueño, con imágenes y palabras intenta decirme algo, no es sólo una representación de mis deseos. Regreso sin ese algo entre mis manos, la idea toma forma de la nada, pero es un cristal que no regala reflejos, un truco desprovisto de misterio, una oración conocida, desde tiempos remotos repetida.
Obstinado en colorear lo que es negro, divago calculando las dimensiones del cielo, nubes errantes borran mis pautas, el crepúsculo desdibuja los trazos de mis fantasías.
Vago en la penumbra que ruge perezosa, mansamente comienza a regar sobre el sopor vespertino de la Ciudad, con lentitud forma espejos polvosos en el asfalto que dejan escapar trasnochadores fantasmas temerarios, ánimas citadinas entrelazándose con la luz que danza en los espejos.
El cielo ha tomado el color de la noche, tras cada rugido alumbra intermitentemente el espacio habitado por los fantasmas errantes que brincan de un charco para sumergirse en otro; en tanto la llovizna comienza a menguar, las ánimas se alejan, el asfalto absorbe los espejos dejando sólo el polvo; las nubes montadas a lomos del viento se llevan a otros lugares el ruido y la luz, dejando a la Ciudad húmeda y sola, cerca de la alborada la atmósfera empieza a calentarse, los fantasmas se desvanecen entre la claridad y el calor.
Un ánima viajó en el asiento trasero del Taxi, tocaba constantemente mi hombro para mantenerme despierto, abordó sin avisarme, mantuve los vidrios cerrados para que no saliera, su silencio logró hastiarme, pero necesitaba compañía durante el viaje, hasta que decidí invitarle un trago de liquido helado, bajé a comprarlo, pero al regresar al auto se había largado.
Recorrí por varias horas las calles vacías, como un insecto causando escozor en la piel de la Ciudad, luciérnaga desorientada con un zumbido monótono, observando asombrado moverse a las sombras en zonas sombrías.
Y cuando la mañana me sorprende bebiendo la fría alma del hielo, me empeño en seguir despierto, buscando una mano que me indique otra improvisada ruta, en este atestado desierto.