viernes, 18 de febrero de 2011

Siento el peso de tu tibio cuerpo calentando el mío, tu lengua paseando entre el pecho y el cuello, tu boca atrapando mis labios en húmedo beso. Creo que sueño, pues sólo es aire lo que toca mi cuerpo, sudor de ansiedad y recuerdos lacrimosos la piel van cubriendo. Por eso aborrezco estar despierto, porque otra vez te pierdo. Entonces decido mantenerme dormido, admirar la cascada negra de tu cabello esparcida en mi lecho, arriesgarme a perder la templanza deleitándome en tus senos, extraviar mis dedos en la floresta de tu monte de Venus, mezclar mi saliva con el gusto salado de tu mar interno, rendir tu deseosa voluntad a la avaricia de mis manos, acoplarme contigo, lentamente, como manecillas marcando una hora perdida en la eternidad. Al momento en que moríamos juntos, desperté de nuevo. Un aroma perdurable, una palabra en el viento, un rostro en el reflejo, la semiinconsciencia no me deja esclarecer mis pensamientos, las sensaciones se vuelven tan vívidas, revuelvo las sabanas creyendo que te poseo y quisiera eternizar la alucinación para no ver otra vez al sol iluminando mi habitación en lugar de tu presencia.