martes, 30 de noviembre de 2010

La noche baja sobre ti acariciándote despacio, te cubre entera, escondiéndote de cualquier intención ajena, te aparta para ella sola. Hace que te pierdas a la proximidad de mis manos, te resguarda del instinto, me ciega, haciéndome tropezar en el camino a tu cuerpo, mientras aumenta el deseo. Pone a prueba la habilidad de mis pretensiones, te encierra en su silencio y me desafía a encontrarte en la mudez de sus aposentos. En las horas ciegas, tu respiración es la voz que busco para llegar a ti, pues eres invisible en el terreno donde la oscuridad te oculta, celando tu reposo. Pero mis celos animan las ganas y a tientas me acerco, sin desesperar recorro el camino que borró la noche. No quiero compartirte con las tinieblas, pienso cómo haré para apartarte de ellas cuando por fin nos reunamos, mas te sorprendo tratando de hallarme y entonces entiendo que la luz se ausentó de nuestro espacio para permitirnos ser sombras ávidas, en busca de una isla en éste mar de negrura. Ahora juntos, nos movemos sin complicaciones; simultánea cadencia, manos murmurando caricias, bocas sin palabras, piel en busca de piel, dos sombras empapadas fundiéndose en sensaciones, aprovechando que el vacio no tiene horizonte, con el potente palpitar de dos viscerales corazones, prolongamos el silente dominio de la indiscreta noche, que permite en su reino el estallido de soles.