lunes, 1 de febrero de 2010

Dios, inspiración, musas. ¿Quién, siembra mi mente con pensamientos súpitos, en instantes súbitos? ¿Si niego a alguno de ellos excluyo a los otros dos?
Las musas son un invento, representadas con alta gracia, por cierto; se presume poseen la facultad de excitar una específica habilidad.
Inspiración, indefinible como todo lo inmaterial; se le atribuyen magníficas creaciones, preceptos dictados por impalpables visiones. En ninguno se muestra la genialidad como una prenda ordinaria, sin embargo está, pura e intacta, aún al ser desaprovechada. Es un don acrecentable, si bien nada obliga a cultivarle.
El diamante lo es aunque se halle enterrado, aún sin pulimento; luce después del trabajo de manos diestras.
¿Entonces, Dios dónde tiene cabida?
Para mí, la inspiración y Él son lo mismo en un momento dado, exclamo fascinado tomando dictado, cuando con esa dadiva soy agraciado. Sin embargo me he convencido que el esfuerzo es gran parte del resultado.
Esto no es un tratado acerca de lo sabido, lo declarado o lo confirmado; mucho menos de lo oculto. Ni un ejercicio de convencimiento.
Necio es negar lo que afirmamos nulo.
Hago constar mi creencia y también el escepticismo que me genera desconsuelo.
¿De cuál fuente provienen los recursos, la facultad de evolucionar? Considerando la evolución como un proceso de constante mejora para la esencia del ser.
¿Una explosión improbable? ¿Un Dios sin virtudes ni potestad?
Imprecisas teorías, suma de equívocos consolidan verdades inciertas.
Y si la historia llega a un final, quizá todo sea mentira.
¡Dios mío, cuántas perennes dudas!