Obedece esta vez, Eva
y serás eterna.
Te aseguro tu sobrevivencia
por interminables eras.
Te haré dueña del silencio,
sobre cualquier motivo,
no te ha de rendir ningún deseo.
Dominando por siempre
sin sufrir fatiga,
nada te va a perturbar,
Madre primigenia.
Desprecia tus vestidos,
toma éste velo de noche,
cierra los ojos, ignora los sonidos,
libera tus manos del esfuerzo,
aspira profundamente el olor
del barro al que retornas,
simple elemento
ni amable ni torvo.
Despojada de sentidos
no te conmoverán llantos o rezos,
imparcial ante la burla o
solemnes epítetos.
Señora de la obscuridad,
final de todas mis obras.
En un sueño de tierra irán a ti las
almas.
Te llamarás, La Muerte ¿aceptas?
Escúchalo
Mujer, es la última oferta
que
te hace Él, Dueño de la Vida.
Al
termino de nuestro andar,
sin
pedirlo recibimos
la
dádiva que creíamos perdida.
Yo,
su siervo llamado ahora El Tiempo,
contento
estoy de desposarme
definitivamente
contigo
¿Acaso
ya no me recuerdas?
Soy
Adán, el que salió llorando
contigo
del paraíso.
Asume
sin temor éste nuevo
e
interminable pacto.
No
lo aquilates como premio,
tampoco
lo consideres castigo;
es
un designio incuestionable,
tú
y yo, otra vez los elegidos.
Inmunes
como al principio,
exentos
de otro fallo.
Acepto.
Y
soy la primera
en
abandonar mi cuerpo,
bajo
la piel del mundo.
Luego
del destierro
y
la vergüenza, sin temor
ahora
¡cuánta dicha me
trae
tan grata sorpresa!
Me
entrego al vacío,
ciega
ante el bien o el mal,
justa
para cada ser,
serena
ante la dicha o
la
tristeza.
Aunque
la historia se haya torcido
y
parezca yo sumisa al cobijo
de
tu cuerpo, Adán,
desde
el instante en que
nos
fundemos con la nada, a la par,
recobraremos
luego de la vida
a
todos nuestros hijos.