lunes, 16 de junio de 2014

La Muerte y El Tiempo


Obedece esta vez, Eva
y serás eterna.
Te aseguro tu sobrevivencia
por interminables eras.
Te haré dueña del silencio,
sobre cualquier motivo,
no te ha de rendir ningún deseo.
Dominando por siempre
sin sufrir fatiga,
nada te va a perturbar,
Madre primigenia.
Desprecia tus vestidos,
toma éste velo de noche,
cierra los ojos, ignora los sonidos,
libera tus manos del esfuerzo,
aspira profundamente el olor
del barro al que retornas,
simple elemento
ni amable ni torvo.
Despojada de sentidos
no te conmoverán llantos o rezos,
imparcial ante la burla o
solemnes epítetos.
Señora de la obscuridad,
final de todas mis obras.
En un sueño de tierra irán a ti las almas.
Te llamarás, La Muerte ¿aceptas?

Escúchalo Mujer, es la última oferta
que te hace Él, Dueño de la Vida.
Al termino de nuestro andar,
sin pedirlo recibimos
la dádiva que creíamos perdida.
Yo, su siervo llamado ahora El Tiempo,
contento estoy de desposarme
definitivamente contigo
¿Acaso ya no me recuerdas?
Soy Adán, el que salió llorando
contigo del paraíso.
Asume sin temor éste nuevo
e interminable pacto.
No lo aquilates como premio,
tampoco lo consideres castigo;
es un designio incuestionable,
tú y yo, otra vez los elegidos.
Inmunes como al principio,
exentos de otro fallo.

Acepto.
Y soy la primera
en abandonar mi cuerpo,
bajo la piel del mundo.
Luego del destierro
y la vergüenza, sin temor
ahora ¡cuánta dicha me
trae tan grata sorpresa!
Me entrego al vacío,
ciega ante el bien o el mal,
justa para cada ser,
serena ante la dicha o
la tristeza.
Aunque la historia se haya torcido
y parezca yo sumisa al cobijo
de tu cuerpo, Adán,
desde el instante en que
nos fundemos con la nada, a la par,
recobraremos luego de la vida

a todos nuestros hijos.