Mañana tras mañana desde que llegó, llanto
tempranero despierta al hogar.
El viejo patio siente las nuevas pisadas, llano de
cemento, excelente terreno para hacer los primeros descubrimientos.
La esperanza crece, con ojos nublados, manos
torpes y piernas débiles, pero con un cerebro despierto, bien abierto a la alegría y al conocimiento. Es necesario
intervenirlo, para ajustarle la mira, tal vez eso corrija su indeciso, pero
risueño andar, sus intentos imprecisos de manipular. Lo que tenga arreglo, se
remediará.
Con balbuceos y señas, hace al mundo girar en
torno a él, pequeño tirano, grita y varios pares de manos solícitas lo
atienden. Ni una palabra todavía, sólo su risa alegra las comidas, plato
principal de la cotidiana reunión familiar, esperando oírlo hablar. Atención y
mucha paciencia, alguna vez será la primera. Quizás algunos ángeles tardan más
en olvidar las lecciones de vuelo y el divino silencio.
La familia es la mejor tierra, para practicar los
pasos, ser escuchados y empezar el camino, aún con desventajas; estas pueden
ser un buen impulso, aunque la inocencia se pierda en el transcurso, en todo
caminito, nos acompañamos, cada mano tiene parte en la labor. Dormido en mi
hombro, me da un poquito de paz.
En el mundo hay tanta indolencia, la infancia pasa
tan aprisa; quisiera poder dibujarme fácilmente una sonrisa, en mi rostro de
persona triste y con prisa.