lunes, 28 de abril de 2014

Ratero


Un continuo golpeteo interrumpe mi sueño, me va sacando poco a poco del sopor. Repentinamente un golpe más fuerte me hace ver todo como en cámara lenta, además las cosas parecen estar entre neblina. No percibo exactamente donde estoy ni mi condición, escucho un murmullo lejano y siento algo llevándome de un lado a otro, la reacción de mis sentidos está muy retardada. Mi más cercano recuerdo tiene que ver con el frio amanecer, muchas personas esperando la llegada de un autobús y yo drogándome, con el fin de darme el valor suficiente para abordarlo y llevar a cabo un asalto.
Pero mi intención se ha frustrado, la droga me sumió en un profundo y pesado letargo, me veo reducido a un alfeñique sin gobierno de su cuerpo; mi cabeza estuvo balanceándose sin control varios minutos, rebotando contra el cristal de la ventanilla y en una brusca frenada, impactó de lleno contra la nuca del pasajero que viajaba delante de mí, dejándolo muy adolorido y molesto en su asiento, además mi cuerpo desmadejado fue a dar sobre la mujer sentada al lado mío, causándole un gran susto, por lo que ha pedido la ayuda de los demás pasajeros, los cuales, solícitos acudieron a auxiliarla, a pesar de mi torvo aspecto, pero provechando el deplorable estado en  el que me encuentro.
De pronto vienen a mi mente los gritos de algunas anteriores víctimas de mis delitos:
-¡Algún día las vas a pagar todas juntas, hijo de perra!
Rápidamente siento algo subir desde mis pies, da vueltas en mi estómago, me atenaza del cuello y trata de despertar mis instintos. Algunos hombres mayores y jóvenes me tienen sujeto por los brazos, me sacuden con violencia, veo sus bocas moverse y gestos amenazadores en sus rostros, un par de mujeres me están golpeando, pero no logran dañarme. Dentro del alboroto, en medio de la turba enardecida, encuentran el arma que oculto en mi cintura; yo parezco ausente, empiezo a darme cuenta del peligro, pero la alta dosis ingerida me tiene prácticamente indefenso.
Al parecer esta será mi última osadía, me dejo caer de rodillas para que la gente por fin me domine, cuando alcanzo a escuchar una furiosa exclamación:
-¡Hay que matarlo, le haríamos mucho bien a la sociedad eliminando a esta lacra!
Por unos instantes, estos desconocidos discuten tomar la justicia en sus manos, no estoy en posición ni condiciones de solicitar su bondad; anticipándome a cualquiera que sea su decisión, hago acopio de fuerzas y comienzo a forcejear para librarme de los captores, sin embargo la lentitud y debilidad de mis movimientos únicamente los animan para empezar a agredirme, al principio casi no siento la fuerza de sus golpes, pero cada uno va despertandome, trato de ponerme en pie entre puñetazos y patadas, muchas lanzadas sin precisión, pero la cantidad y mi pobre estado, les hace fácil la labor. El chofer del autobús se acerca a mí, armado con un bate, eso sí es algo peligroso, pienso y al grito de:
-¡Chinguen a su puta madre!,
arremeto contra las personas que se encuentran ante la puerta de salida.
Mientras todo esto ocurría, alguien debió llamar a la policía, ya se escuchan las sirenas, me queda poco tiempo; agarro fuertemente a un muchacho y me proyecto junto con él contra la puerta, esta se vence bajo nuestro peso y yo me lanzo desesperadamente, en la tentativa de alcanzar la calle. Jirones de mi ropa se quedan en las manos de los coléricos pasajeros, sus ansias de venganza no quedarán satisfechas, no a costa de mi vida; pero todavía no estoy a salvo, el escándalo ha llamado la atención de otros transeúntes y se aprestan a detenerme, por si fuera poco, la policía ha llegado. Por primera vez en mi larga carrera delictiva, me veo acorralado.
Reconozco el sitio donde nos hemos detenido, es una terminal de autobuses de transporte público, el sol ya ha salido, deben ser alrededor de las siete treinta, la multitud puede jugar a favor o en contra de mi escape.
Simulo sacar algo de la parte trasera de mi pantalón y la gente retrocede, un policía me conmina a entregarme, pero eso es lo último que pasa por mi mente. Mido el terreno, conozco a la perfección cada tramo de este lugar, sus pasillos y cada una de las bardas, puedo atravesar el laberinto sin alas.
El primer obstáculo es una malla metálica, la escalo sin dificultad, los azorados policías y usuarios del transporte me ven iniciar la huida, en el momento justo la droga me da el efecto deseado: pura adrenalina; algunos peatones se animan a seguirme, gritan amenazas tratando de asustarme, pero nada me distrae de mi objetivo, nunca vuelvo la  vista atrás, esta vez no logré el botín, mas mi libertad es primero.
Los policías amenazan con disparar, pero no cometerían esa imprudencia en un lugar tan concurrido, no me detengo, el miedo sólo me impulsa hacia adelante, además ya me encuentro bastante lejos de ellos, internándome en una zona de la terminal donde la muchedumbre se apretuja y con suerte por acá, nadie se habrá percatado del incidente.
Sigo corriendo, ahora sí, de reojo volteo, mis perseguidores se rezagaron entre tanta gente, autobuses, camionetas y puestos de comida, pero no puedo darme el lujo de sentirme a salvo, mi apariencia denota que estuve en problemas, me doy cuenta de tener la cara muy golpeada y mi ropa está destrozada, las personas se alejan de mi, pero murmuran, cualquiera podría avisar a la vigilancia, estropeando el plan.
Tras correr varios en línea recta, saltando bardas y chocando con la gente, llego al otro extremo del paradero, casi lo he logrado; veo a un hombre y a una mujer abriendo su local de ropa, cuelgan las prendas en ganchos, yo necesito vestirme para pasar desapercibido, ellos comienzan confiadamente su jornada laboral, tienen lo que me hace falta: una playera y una gorra, eso es todo.
El Diablo vuelve a lanzar los dados, tuerce la suerte y yo paso sin llamar la atención de los vendedores, cojo las prendas, sigo caminando, rápidamente me escondo entre dos puestos cerrados, no lo pienso mucho, me pongo la prenda y me calo bien la gorra.
Ando de nuevo por el pasillo, un autobús está saliendo de la terminal, algunas personas corren para subirse, aminora su velocidad, lo abordan, un pensamiento me asalta, corro también y subo al camión en marcha, no puedo irme con las manos vacías.
Ya adentro, por pura inercia, inicio mi rutina:
-¡Esto es un atraco!