martes, 2 de marzo de 2010

Gracias María, 
María del juicio perdido, 
María de las horas detenidas. 
Recuerdo esa noche, fue mi decisión conocerte a oscuras, a escondidas. Mientras la gente sana descansa, los enfermos cavan agujeros, donde meter su cabeza, ahogando ahí sus chillidos, sin molestar a los que duermen, solamente el Diablo, desde abajo, los mira satisfecho. La primera vez, sin ceremonias de por medio. Testigos: luna, estrellas y silencio total en los cielos. Recibí instrucciones previas, precisas, de un avezado amante tuyo. Con mano temblorosa te conduje a mi boca, tu cuerpo encendiéndose. Te besé profundamente, muchas veces; retuve tu sabor, contaba mentalmente, mi corazón se volvía loco, de nerviosa expectación. Despedí un poco de tu esencia, bruscamente; sentado sobre un montón de basura, sentí mi ser entero, entregándose a ti. Te sostuve entre mis dedos, viendo como ardías, consumiéndote. Apuré otro beso antes de tu extinción, eras ya en ese momento dueña de todas mis alteraciones. Aturdiste mis sentidos. Me apabulló el miedo acompañándose del frío, dejé que mi ser cayera al piso, abracé mis piernas, asustado como un niño. La brisa húmeda de verano regalaba sus caricias, tu espíritu rondaba en mis adentros, enloqueciéndome. Por un inquieto ensueño fui transportado insignes momentos; todo era mejor, la luz más brillaba, mi vista abarcó kilómetros de distancia, atónito escuché la voz de la nada, mi latido se unió al pulso del universo.
Llamaradas fantasmales cruzaban el firmamento, ánimas sin consuelo elevaban sus plañidos desde el infierno. Placer y miedo. Me levanté para danzar tus ritmos. El aire mecía mis miembros como un muñeco de titiritero, me hacía pedazos, me revolvía y de nuevo compactaba mi quebrantado cuerpo; caminaba de puntillas sobre un inestable suelo, quería volar, me presentía ingrávido, buscaba la salida del otro lado del agujero. Un agudo grito alarmó a la noche, ella quiso cubrir a las estrellas con un manto más oscuro. El desorden derrotaba poco a poco la impasibilidad celestial. Tétricas sirenas de ambulancias, lastimeros aullidos de perros callejeros, cacofonía de grillos desquiciados, in crescendo, el pitido de un tren derruido, aves de hierro ensordeciendo desde arriba, mezcolanza de ruidos y destellos, cegadores destellos. Choque de oscilaciones incontrolables, rebotes en retroceso sin sentido, átomos y planetas perdiendo los ejes, sin puntos relativos. Después de unas horas-años luz, el escorpión arremetió contra mis sienes, flagelando mi mente embotada. Pude verme, en los últimos instantes de tu dominio, los ojos abismados, árida la boca, un organismo entero entumecido, ambigua mueca en un rostro cetrino. El incipiente sol me provocaba escalofríos.
Arrastrándome, logré llegar a mi lecho, buscando desesperado, el sosiego inmerecido. 
Adiós, 
María de los caminos borrados, 
María del fuego prohibido.