jueves, 28 de junio de 2012


Aurora, hija de nadie, adoptada por las calles, se adapta con facilidad a vivir en la Ciudad.
Entre personas tan solitarias como ella, desfavorecidas de origen; perdiendo lentamente la voluntad para contrarrestar su destino, sombras de día, fantasmas nocturnos, inquilinos de la calle, sonámbulos sin turno fijo.

Alguna madrugada lluviosa, circulas en tu auto por una avenida inusualmente solitaria, Aurora aparece de repente, aún empapada y mugrienta ilumina tu alborada con su sonrisa inocente, pero prefieres ignorarla, dejarla con la mano en el aire y volver a sumirte de nuevo en tu propia obscuridad.

Aurora se convirtió en madre, amiga y amante de sus acompañantes, viven y sienten algo extraño que llaman amor; sentimiento desnutrido y viciado, espontáneamente violento, alegre y doloroso, desinhibido en la mugre que cubre sus cuerpos.  Aurora se debilita, las noches en vela están apagando su frágil luz, ignorante y carente de tantas cosas, vive por el instinto de conservación, sin embargo el vapor del solvente que inhala con avidez, día a día va diluyendo su ser. Sin saberlo, carga en su vientre un mortinato, no obstante sigue con sus dramáticas rutinas, mañanas inciertas, tardes que a su espíritu calcinan, noches en la boca de la muerte. Aurora, en ocasiones, da más de lo que recibe, a veces obtiene sin pedir, constantemente pelea, discute incoherentemente, recibe un golpe más; desde el primero, nunca supo por qué. Reina y esclava del pequeño gueto, ensalzada y sobajada por ser mujer. Parece mentira que siendo habitante de uno de los barrios más opulentos de la Ciudad, tenga que disputar las sobras como un animal. Hay una hora señalada, de la quien nadie sabe nada, Aurora la precipita, hurta, huye, pero es atrapada, no obtiene misericordia al ser golpeada; algo la impulsa a regresar al único lugar al que pudo llamar hogar, desfalleciendo en ese pedazo de banqueta, entre sus hermanos callejeros, aspira su propia sangre, la noche incontenible se cierne en torno a ella, de nuevo llueve, amenazantes tambores fúnebres reclaman y reciben las almas de ese día, la tormenta extingue la última chispa de consciencia en el cuerpo de Aurora, que un día cualquiera, ya no amanece. Ahora, muerta, nace a las sombras, para vivir en ellas por siempre.
Esta historia me la contó un alma en pena, mientras esperábamos en una esquina el fin de la noche, la lluvia no cesaba, la bruma no se disipaba, la vida de alguien se quedó sin vida, inmóvil, con los ojos abiertos, como esperando otro alumbramiento.