sábado, 27 de octubre de 2012


Erase una vez, uno de los tantos paréntesis que hace la eternidad.
Sin manual de instrucciones para caminar, en cambio un extenso historial de erratas que se suman a lo largo de la interminable sucesión del Sol y la Luna. Una moneda girando en los dominios del azar, que toca un poco de cosas buenas y malas, una historia confundida en la incertidumbre de existir. Un cuento que al hacer un recuento, puede contar varias anécdotas divertidas, nada particularmente trágico ni triste, con un enfoque personal proclive a lo pesimista, adquirido tal vez desde su origen o recogido en el transcurso, sin intentar hacer responsable a nada ni a nadie, sencillamente una de las tantas cosas que ignora el personaje. Un cuento que quisiera ser contado por varias voces, saborear muchas dosis de revitalizantes carcajadas, recibir una carta que le explique cómo encontrar el amor, participar entrañablemente en la historia de alguien más, bailar sin cansarse, cantar a viva voz, acumular buenos recuerdos y no temer la llegada de ese momento en que el narrador diga como si cualquier cosa: “Colorín colorado, éste cuento se ha acabado…”