lunes, 1 de noviembre de 2010



Otra rola de "Rockdrigo", adecuada para estos días, en los que México entero celebra a sus muertos.
Donde quiera que sea, mejor se encuentren:
Daniel Hernández,
Enrique Arochi,
Epigmenia Serrano,
Hesiquio Jaime,
Teodora Ramírez,
Rodrigo Huerta,
Lourdes Vieyra,
Ivette Rivera,
Erasmo Huerta,
Javier Huerta,
Francisco Huerta,
José Huerta,
Calixto Serrano,
Ramón Serrano,
Sirenia Serrano,
Candido Monroy,
Rubén "El Poochie",
Alberto Montes de Oca
y por supuesto
Rodrigo "Rockdrigo" González.
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Un dormir eterno sin sueños.
Hacerse polvo irremediablemente.
Volver a donde nunca nos dimos cuenta de haber partido.
Partir cerrando los ojos, débil la voz, en medio de consternación, olvidados o en el paredón.
No quiero sentir que muero, no quiero temer morir, no mueran mis sentimientos mientras yo siga viviendo.
Tal vez con la edad se vaya el miedo, que me hace estar atento, por lo menos cuando estoy despierto, andando hacia una muerte sin fecha, sumando edad, errando, reprochándome, aprendiendo a resignarme; ya cuando llegue mi último momento, deberé morir sin sufrir.
La muerte trae el final mas no avisa, sea que lo tomemos con calma o nos movamos aprisa; dilapidando en amarguras la vida o exaltándola entre festejos y risa.
Condena inevitable, quizá por eso nacemos llorando y crecemos ensayando formas de regocijarnos, aprendiendo lo indicado.
Muerte es un puente entre sentirte y perderte sin referente.
El hombre pregunta, intenta disipar sus dudas, fuera de lo conocido un silencio inconmensurable le circunda, es la muerte que no responde ni duda en callar al hombre y sus preguntas.
Dicen que es necio ocuparse de este pensamiento, en tanto dura el aliento, porque se desperdicia el tiempo, pues de ese evento, ningún mortal está exento.

sábado, 30 de octubre de 2010


Volvieron las nubes a la Ciudad, son muy grises, el viento es débil, no puede arrastrarlas; además son muchas, han ido amontonándose a lo largo de la mañana y por la tarde volvieron a formar esa pesada cortina que impide al sol ensañarse con el mobiliario y los desprevenidos habitantes. Si permaneces suficiente tiempo en las calles, podrás darte cuenta de los cambios: las sombras caminan despacio, la completa demolición de un edificio que amenazaba con desplomarse sobre los peatones, entraron los niños a la escuela, el trabajo ordenado de muchas personas para decorar una avenida principal, poco a poco han cubierto el negro pavimento de natural anaranjado. Salieron los niños de la escuela, una construcción en la cual avanzan rápidamente, suma dos pisos más a su altura; no puedes evitar perderte en los escenarios eclécticos de esta urbe señorial y miserable, majestuosa pero ajada, de noche sórdida, de día atestada, asustada, con sus vagos elegantes, pordioseros que obsequian dinero, payasos que dan lástima, personas de corta edad vendiendo el cuerpo y el alma, estridencia visual ¡cuántos contrastes la vista abarca!
Déjate llevar, el viento trae palabras de personas sin rostro, no las escuches, pon atención a sus ademanes, ve con ellos en pequeños espacios, breves instantes; cuestionan, responde, practiquen juntos monólogos impersonales.
La Ciudad le da la espalda al sol, dentro de unas horas la luna lucirá más hermosa que en días pasados, pero ni un solo loco podrá admirarla; amenazada por catástrofes y bandidos, deberá pernoctar con un ojo abierto, la somnolencia hace que todo parezca más lento, los bailes se antojan eternos, malabaristas dominan al fuego, humo rancio y vino barato envilecen el juego, el pudor yace intoxicado, la lujuria camina voluptuosamente, lanza besos, viste entallada mostrando el indicio de un gozo que exige precio, nada de coqueterías ni lances de caballero, el pecado hace negocios en trato directo. La noche tomó demasiadas copas, sus carcajadas no son de júbilo, suenan a burla, vulgares; la muerte le ganó esta mano y ha salido a cobrar sacrificios sin altar, aplaca su sed bebiendo lágrimas, pero no se sacia, jamás descansa, al siguiente segundo va por más sangre y dolor, trabaja turnos completos, a la luz o en la oscuridad.
El sueño pide su tiempo, ya no encuentra encanto en los disfraces, las máscaras se han despintado tornándose muy pálidas, vomitan incoherencias y se sienten desprotegidas, procuran ser discretas al no saber porque de pronto temen, se sienten vulnerables ante remordimientos falsos. Prenden un nuevo cigarro, apuran otro trago, aspiran profundamente blanca combinación, logrando fugaz tranquilidad, las caretas caen para ser destrozadas debajo de calzados caros, vuelven los brindis y la risa, melódicamente el estruendo hipnotiza, danzas desinhibidas, concupiscentes sonrisas. Corderos con colmillos atraídos por una ninfa sensual, sirenas fuera del agua embriagando los oídos de rudos tontos, con deliciosas promesas de cumplir deseos, todos prestos a jugar el juego de olvidar que el respeto a uno mismo no se consigue con dinero. Después, con jactancia afirmarán haber tenido al espíritu de la vida rendido entre sus brazos, hechizado por sus palabras, seducido por sus maneras. Esclavizándose a vicios no a placeres, profanándose mutuamente.
Un par de horas más y la noche dormirá, se reanuda el movimiento, unos vienen y otros van, no importa cual es cual. En medio de la obligación de seguir, amanece, la Ciudad bosteza ansiosa, observa a algunos hacer de un asiento el mejor lugar para dormir; el mercado abre temprano, al paso de la gente ofrece agradables olores, la prisa corre en pies y motores, la luna no le hereda al sol su tranquilidad, ni por estar expuestos hacemos caso a la autoridad, empeñados en lograr cada uno su meta particular, perdiendo de vista que acudiremos todos juntos a la misma cita, en el mismo lugar.
Trato de hacer la señal de la cruz sobre mi cuerpo, aturdido por el cansancio dejo a medias el movimiento, aparco junto a un parque, siento el viento fresco mientras me deleito sorbiendo un café caliente, doy gracias por haber transitado con bien esta transición. El viento se ejercita a temprana hora, baja furioso al valle pues no pudo nada contra las nubes, me entretengo en presenciar su lucha contra todo lo que se le opone, ulula amenazante entre árboles y edificios, con puños gélidos aprieta cuerpos y objetos, revuelve la basura, hace llover hojas que tapizan el asfalto, puedo escucharlas al caer y crujiendo bajo mis pies, bailaré con ellas cuando el aire las levante, si no ahora, quizá en cenizas, entre la basura.
Sorprendida por el frío la Ciudad vive, acoge a sus hijos y bastardos, espléndido anfitrión, exigente patrón, consiente el ocio, invita a laborar, en las más grandes fiestas soporta el robo y la violencia, pasa de carnavales a funerales, crece hacia el cielo moderna Babel, se avejenta corrompiéndose revestida de oropel, se extiende sin orden; en ella, Mujer y Hombre viven dándose la vida, negándose, con fidelidad e hipocresía, solidarios e indiferentes; dentro de  estas arterias de trazo impreciso, se mueve un pueblo poderoso pero dividido, opulento y menesteroso, se mezcla, ordena y protesta; congregado en las calles para festejar o para reclamar, a diario sale desafiando la inseguridad, se agrupa, agrede y segrega, se manifiesta a gritos, a duras penas se reconcilia y tolera. La ciudad de los absurdos, repartida como un botín, conquistado sin sudor ni sangre, por farsantes diestros y zurdos, siguen haciendo mal uso del esfuerzo y los recursos de un pueblo que ya no confía en peroratas enfatizadas con ademanes teatrales, ni espera un Mesías, mucho menos milagros de televisión, pero que cansado de sobrevivir precariamente con un pobre poder de adquisición, carente de organización para recuperar sus derechos haciendo una nueva revolución, termina las jornadas laborales maldiciendo, buscando evasión, un poco de descanso y pervirtiendo sus valores en cualquier mundana distracción.
Es una olla. Un nido.
De hormigas, grillos, serpientes, ratas, mariposas, corderos, fenómenos y fantasmas.
Se moderniza desmoronándose, las manos que la maquillan, son extranjeras.
Santas piedras, escondidas entre gris cemento, austero pero opulento.
La nueva tendencia es la individualidad, para lograr el bien común, primero lucha solo, triunfa a como dé lugar, luego busca compañía (personal y laboral), aplaca tu instinto animal. ¿Incongruencia? No, es sólo otra creencia.
En los barrios y zonas residenciales, desde el cerro a las calles principales, turistas y peregrinos, prostitutas y rufianes, obreros, burócratas, advenedizos del erario público, profesionistas y estudiantes, ignorantes e intelectuales, héroes de goles celestes, amarillos, auriazules, una olimpiada y dos mundiales, mucha violencia, poco arte, carreras presidenciales, ídolos que no envejecen en películas y canciones, inútiles comicios electorales; yo, perdido en el tránsito, no puedo imaginarme a esta Ciudad ¿qué más le cabe?

domingo, 24 de octubre de 2010

Mi Lista de Sin Cuenta Cosas.


1. Seguir la recomendación de OTRO bloguero,
2. Asistir a una reunión,
3. Escuchar buenas noticias,
4. Escuchar malas noticias,
5. Pensar en la muerte,
6. Remordimientos recurrentes,
7. Apatía,
8. Dejarme llevar por los demás,
9. Dormir y despertar adolorido,
10. Bañarme de madrugada,
11. Admirar la luna,
12. Circular por las calles casi vacías de gente y autos,
13. Parecerle sospechoso a la Policía,
14. Conseguir algo que necesitaba,
15. Llegar puntual,
16. Comprobar que me esperaban,
17. Acercamiento total,
18. Afuera frío,
19. Adentro calor,
20. Sincronización,
21. Olvidarme de todo por unas horas,
22. Besar,
23. Lamer,
24. Jadear,
25. Complacer,
26. Egoísmo,
27. Regresar a la realidad,
28. Fingir,
29. Despedirme,
30. Volver a la calle,
31. Impaciencia,
32. Enojarme,
33. Dar servicio,
34. Hacer cuentas,
35. Desplazarme sin rumbo,
36. Admirar,
37. Hacer planes,
38. Dar un grito que espanta al miedo,
39. Desayunar,
40. Apurarme para que no me vean,
41. Volver a dormir muy incómodo,
42. Dolor de cabeza,
43. Contrariedades,
44. Pensar tonterías,
45. Obedecer órdenes,
46. Recibir llamada,
47. Quedar de acuerdo,
48. Poner buena cara,
49. Sentirme dividido,
50. Tomar una decisión,
51. Dudar,
52. Convivir,
53. Reír,
54. Discutir,
55. Callar,
56. Aceptar,
57. Aclarar,
58. Escuchar a los pájaros afuera de mi ventana,
59. Imaginarme en otra situación,
60. Recordar lavarme los dientes,
61. Seguir sintiéndome insatisfecho,
62. Creo que es momento de terminar esta lista…

domingo, 10 de octubre de 2010

La batalla es constante, con algunas pausas, forzadas por las mismas costumbres y el cambio de elementos para continuarla.

Por un lado, el que ha sido elegido como blanco de los sostenidos ataques, un Animal imperfecto, limitado; por fuertes razones no considera dejar el campo de batalla y es su presencia el motivo de que las Fuerzas Aéreas no cesen las incursiones.

La parte ofensiva, las F. F. A. A., es su naturaleza atacar, la supervivencia de su especie, están diseñados para irrumpir en cualquier lugar y lograr el objetivo a pesar de tener minúsculo tamaño; no importa si es a plena luz del día o en completa oscuridad, distinguen fácilmente cualquier distracción del blanco, su única desventaja es no poder ejecutar en silencio, compensan este pequeño defecto con una asombrosa rapidez, a veces indetectable para los radares visuales de la víctima, estos enemigos se mimetizan con la luz al realizar exactas evoluciones de reconocimiento y asalto, -además su vibrante aleteo confunde los sonares- se esconden, vuelan bajo, coordinados magníficamente para confundir a la presa.

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Lo dicho, el Animal se encuentra en el campo de batalla, abstraído en alguna labor, prácticamente inmóvil bajo la luz eléctrica, únicamente sus manos están en movimiento, hasta ahora resiste pacientemente las punzantes agresiones de las F. F. A. A. Ellos acometen sobre toda superficie descubierta, firmes sacudidas del objetivo les obligan a retirarse brevemente, alzan el vuelo esquivando algunos intentos de ser eliminadas.

El organismo ha sido dañado en varias zonas, hace un rápido inventario de las secuelas y se dispone a contraatacar, provisto exclusivamente de su ira y una pesada arma larga, ataque defensivo es su estrategia, pero priva el desorden en su intento. Ha caído la noche y debe procurar descansar, sus radares se comienzan a entorpecer, facilitando las maniobras del enemigo.

Se prepara a recogerse, cubre todo su territorio con una gruesa capa que lo protege del frío y del acosamiento de los pequeños kamikazes, está consciente de que en cuanto quede a oscuras y cubierto, su cabeza será blanco fácil para los sedientos suicidas. Se concentra en conciliar el sueño, sin embargo vuelven a la carga, en libertad, aliados a la ausencia de luz, planean zumbando temerariamente a ras de piel.


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Imposible resistir el asedio sin perder la paciencia. El Animal se levanta intempestivamente, blandiendo ridícula saeta, enciende la luz, los ubica, aporrea el aire, chusco e iracundo esgrimista sin tino. Las F. F. A.A. se dividen, unos replegándose mientras otros audaces continúan las embestidas. Poco a poco el Animal se despabila, animado por la desesperación logra dar caza a uno de los raudos elementos, sus radares funcionan ahora en óptimas condiciones, conoce bien el campo de batalla y comienza a recorrerlo ágilmente; al verlo en movimiento las Fuerzas Aéreas retroceden buscando escondrijos, sin embargo el escuadrón de dípteros no sospecha que este ha sido su último avance. El Animal logra asestar certeros golpes, la sangre queda untada en techo y paredes; ve caer lentamente los cadáveres que cazó al vuelo, diminutas y prodigiosas anatomías, pero en exceso hostigantes; diezmadas por la violencia del primitivo cazador que vive en el Animal, huyen desorganizadamente. Cerca de terminar con sus enemigos, redoblando saña y precisión, sin tomar respiro, decidido a terminar su dantesca obra, enardecido busca en todos los rincones, emboscando implacable a los supervivientes de las F. F. A. A.

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Después de la fragorosa reyerta, nuevamente a oscuras, completamente en silencio, ya restablecida su respiración, se toma unos momentos para cerciorarse de que los ha exterminado y satisfecho se dispone a dormir.

-Zzzzzzzzz

-Zum, zum, zum…

-¡Maldita sea!...

domingo, 26 de septiembre de 2010

A lo lejos una figura más que no distinguía, algo me hace fijarme en ella, desdibujada silueta recortando la bruma de antaño, agazapada detrás de la duda, afianzada a la frustración, reside en los resquicios de tiempos pasados, una presencia enterrada que sobrevive al olvido, fantasma evanescente, torturando la empedernida pasividad que me desquicia. Conforme se acerca la reconozco y el peso del pasado me clava en el piso, dejándome helado; a unos pasos pasa distraída, la esquivo, evitando llamar su atención, dirijo la vista al suelo y me siento extraviado, como al perder en un baile el compás.
Si la miro a los ojos, voy a desear rodearle la cintura con mis brazos, vivir el tiempo perdido, enmendar momentos donde estuve equivocado, decir todo aquello cobardemente callado.
Nunca supe explicar acertadamente lo que deseaba expresarle. Parapetado en mis yerros, cansada la vi marcharse.
Planes malogrados, suma de errores en un débil discurso de autoafirmación del que hace mofa la vida, desdeña a los pusilánimes.
Desvaneciéndose mi valentía, el azar me da la espalda, quitándome la humana posibilidad de errar al elegir, me pone enfrente una sola vía: seguir igual, sin opción de cambio.
Un tumulto de recuerdos copa los sentidos y todo se reduce a ella; el registro de su voz, los reconfortantes abrazos, la calidez de su cuerpo.
Atravesando los cristales borrosos de tantos años, nuestras miradas toparon; sorprendida momentáneamente titubea sin detenerse, mira al frente y sigue yéndose.
Todas mis posibilidades, se esfuman bruscamente y podrán pasar otros veinte. Obsesión recurrente de mi ser decadente, dejándome impotente.
Seguiré imaginándome la vida sin ella, representando la farsa diariamente, insistiendo en el esfuerzo de no complicarla, reincidiendo en reinventarla. Estoy sin ser, después de verla desaparecer. Es hoy tan ajena como antes y para siempre. El comediante llora mientras limpia su máscara, farsante construyéndose una nueva mentira en la cual sentirse a salvo.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Haciendo el ridículo, desubicado en el circo de tres pistas, desnudo, indefenso, sin guión ni apuntador. Mirándose al actuar, se aplaude, ríe con sus banalidades, se abuchea y  sigue debiéndose, sin darse un poco de tiempo. Su deseo era hacer la rutina, siempre simpática, de los payasos, sin embargo desde la cuerda floja cayó directo a la jaula de las fieras. Aprendió a rugir, necesariamente violento, mientras encontraba la manera de huir. Cada día fue perdiendo el miedo, siendo uno entre los demás, cordero aullando embravecido, sin identidad, profundamente confundido. Simulaba para no ofender, anónimo anhelando ser conspicuo. El escape fue fácil, natural dejar la careta y dar la cara al temor, en la primera noche fuera, sin ensayos ni poses. Observando en las mañanas el principio del camino, reticente al comenzar y en el transcurso fluctuando entre diversas emociones, obteniendo por pago una inquieta paz, insatisfecho, en ocasiones sintiendo como una condena el siguiente despertar. Robándole horas al sueño, pensaba tontamente viviría más; viendo al sol marcharse manchando las nubes, venciéndose a la negrura, mientras la temperatura aclimataba su ser entero al cero, contemplando templadamente al segundero en el cielo avanzar, en su pausada carrera sumando minutos, completando horas que pasaban en paz; observando a la pálida dama surcar el firmamento, transparentarse y ceder su lugar a la claridad. Despistado al reintegrarse al tumulto, reanudando la monotonía, extrañado de lo cotidiano, saludaba a la insalubre normalidad del caos estacionado. Conformándose con cosas sencillas, paralelamente el entorno se complica más. Buscando pierde, desesperado encuentra y recupera, corta calma en el incierto largo andar. Intenta arrebatarle a la vida todo lo soñado, recibiendo de ella únicamente rechazos, a fin de cuentas admite su total responsabilidad en el resultado de los días desperdiciados. A veces todo parece tan sencillo, en el gris, debajo del techo amarillo y regresa por más.



Nada más porque me gusta.
¡¡LA VELA SIGUE ENCENDIDA,
LA VELA RIFA!!

domingo, 12 de septiembre de 2010

El cronista antes fue espectador y protagonista. Hoy, se adjudica el rol de narrador, porque sabe, porque vio, ya en el blanco y en el negro transitó, ahora expresa sin tristeza ni rencor, con maestría, la dulzura y amargura de los tiempos que vivió. Es creativo, es creador, ignora si es el Diablo quien le dicta o si se lo inspira Dios. Sus huestes verbales se esparcen, vehemente elocuencia, haciendo alarde de humildad, para contar sus tropiezos y sus triunfos, despojado del afán de aconsejar. No ostenta títulos, ni existe palabra para nombrarlo, es humano nada más. Adquirió la habilidad de salir ileso de sus laberintos, después de profundas heridas y algunos desvaríos, que la templanza ha resarcido. No preciso mutilarse, ni a vicios abandonarse. En alas de la entereza, sin sobresaltos, tiempos turbios afrontó. El camino fue amigo, proveedor, escuela y lecho; en el sus pasos se han nutrido, crecido y aligerado, siempre bien cuidados. Gusta de ver las estrellas, a pesar de no saber nada de ellas, vuela, se acerca, descubre que son bellas. Las toma con sus ojos, en el fondo de lagunas negras se alojan soles rojos. La noche del cielo se acuna en su sueño. No detiene al cometa que surca sus aposentos, adorna los pensamientos con el polvo de esa estela. Caudal de luz que no ciega, en el sumerge su esencia y macera su burda coraza en el filón infinito de sabiduría y paciencia. Acopia en su peculio experiencias que sortearon las supersticiones del trece, la caprichosa fortuna del siete; partiendo de cero, su pasión jamás decrece. En estos días en los que el justo desconfía del honesto, se mueve en los mundos sensibles, no tan despacio que sospechen acecho, ni tan rápido como para que supongan huida. Hurgando en el ayer, reencuentra la vigencia del pasado; habla de lo poco que sabe, pero prefiere hacerlo de lo imaginado, vive con lo poco y mal aprendido, a menudo descubriendo haberlo malentendido; tiene un poco de todo lo que desea y todo de lo poco que necesita. Seguirá, hasta acabar de andar.

martes, 7 de septiembre de 2010

Quique fue un niño; falleció a los 14 años, pero si lo veías parecía de 8, flaco con el pellejo pegado a los huesos, pelirrojo, pecoso; se le iba la cabeza para todos lados, sólo podía estar sentado o acostado; era un triunfo lograr darle algo de alimento, pero se daba a querer, te contagiaba su risa (la que podías provocar alargando las erres en la terminación de las palabras) y así te dabas cuenta de que -aunque lo parecía- no era un muñeco. Él era un niño con parálisis cerebral, producto de casi morir ahogado en una cisterna a los 4 ó 5 años. Nunca supe si se daba cuenta de las cosas... lo extraño.

A Quique, el pecoso:

Tendido en una cama del sanatorio, donde no sabían como cuidarte, eras una calamidad para las enfermeras, tus padres desesperados por tu nula respuesta, turnándose las guardias, angustiados porque las exigencias del trabajo les impedían estar más tiempo contigo; tu familia en vilo, esperando lo peor.
Te fuiste una tarde cuando el sol en lo más alto estaba, quizá por eso me estremeció un repentino frío, mientras paseaba distraído. No había sabido nada de ti en varios días, tu salud siempre fue precaria. En esos momentos me sentía dividido, con el corazón puesto en un objetivo y la mente pendiente de tu destino.¿Cerraste tus ojos suspirando levemente?

Con ese último soplo me privaste de tu luz.

Supe que mis brazos no te sostendrían nunca más.
Te agrandaste al partir, tu ausencia me hizo sentir inmensamente triste.
Postrer bendición, besar tu frente fría, como metal, sin vida; tus ojos claros, cerrados, yo sé que me reconocían, en vida.
Un torrente de lágrimas regó tu camino hacia Dios, las mismas que florecerán los recuerdos, en el jardín de la memoria, donde vivirás hasta mi muerte.
Probablemente habrá ocasión para volver a verte, conocer el sonido de tu voz, ya no tendré que cargarte, los dos flotaremos, sin edad, sin penas.
Por ahora, cuando me acuerdo de ti, se proyecta en mi mente tu rostro infantil, tu cuerpecito esmirriado y lánguido; no eras nada mío, según las leyes arcaicas que rigen a la humanidad, pero te quise y te atendí, con afecto, cuidadosamente, lo mejor posible dentro de mis limitaciones.
Resultan insuficientes las palabras, el nudo en la garganta las moja, las retiene, al considerarlas son vanas; prefiero repasar las imágenes mentales y encontrarte sonriendo al evocarte.
Te sigo añorando Flaquito, ya nos veremos después.

viernes, 3 de septiembre de 2010

La semilla de una idea, apenas un indicio, buscando elementos, intentando surgir, latente, sin ataduras ni poses, pura, no se expone, tampoco se esconde, a nadie se rinde, menos pretende someter; todavía no hay quien se la adjudique, está sin existir, no prostituye su esencia, no quiere nada, simplemente ser, evitando vericuetos lingüísticos, rimbombantes términos desprecia, elude apegarse a recalcitrantes y confusas creencias, se niega a transformarse en eco, prefiere encontrar un hilo conductor entre un principio y un fin, sin importar la extensión; ambigua, mas precisando posiciones firmes y ciertas, en un camino ya andado, pero con pasos nuevos; libre en su libertad, sin deudas, con la virtud intacta, la inquietud es un lastre que no pesa. Se recicla, se renueva, las palabras acuden a ella; elige, usa sus reservas, a las extraviadas reencuentra, unas nuevas la seducen, en un bullicio de letras se concentra, ordena, anota, enmienda; considera, borra y agrega. La idea manda, aunque dude, a pesar de que se pierda, de alguna manera regresa.

jueves, 26 de agosto de 2010

Lluvia nocturna, te llevas el calor del animo, en tus charcos retienes el ímpetu de los peatones azorados, huyen de ti o se repliegan, indefensos ante tu voluble andanada, te maldicen y esperan. Caes intermitente, sin aviso, te apropias los espacios públicos; algunos pocos andantes gozan parsimoniosamente, sin reproches, tu frugalidad ó tu insistencia. Por largos minutos tus gritos luminosos son el sonido reinante en la ciudad, a dúo con el ulular del viento, en tu pista se mecen gráciles sombras, se inclinan los árboles al peso de tu caída, ahuyentas a los perros; atrasas los planes de los trasnochadores, les robas momentos inquietos, los impacientas, empapados de desesperación, su malicia se vierte contigo en las alcantarillas. Callejeros pernoctan bajo tu pertinaz presencia, ateridos entre el agua y el cemento, al cobijo de un cartón, refugiados del desamparo bajo un quicio bienhechor, enlazando su desdicha con las tibias garras del alcohol. Complicas el transitar, los reflejos que creas dificultan la visión, desdibujas las rutas; cayendo en cascada por los cristales, obligas al bullicio a reposar malhumorado. Vendedoras de placer en el barrio popular, desafían tus acuosas hordas con una fogata de basura, en la esquina oscura, esperando al inocente, al vil, al perdido y a los fisgones, estoicas remontan las sórdidas horas en que te apersonas. Has cambiado tus fechas de arribo, sucedes donde antes no, impredecible, haces mucha falta y cuando acudes resulta imposible reprimirte. No hay superficie que se libre de tu efecto, desbordas los envases que pretenden contenerte, omnipresente, como el aire y el polvo, dueña de la noche te acompaña el mezquino tiempo, surcas las sucias calles, todo resquicio rellenas, cabes en los pequeños poros de la piel citadina.

domingo, 22 de agosto de 2010

Detrás esas nubes plomizas, que braman amenazantes y lloran con furia, a pesar de la negación, brilla el sol. Hoy mi sombra tampoco se asomó. En este instante, no agradezco la eternidad porque es un fin interminable y la viviré sin ti; sobra mi presencia aún estando impar. Si la misma vida tiene fin, necio fui al pensar que a nuestro amor no le sucedería así. Ahora debo resignarme a tu ausencia en mi mañana. Este momento, para un futuro, temeroso lo esperaba, suceso desconocido por fin acaecido. Imposible anticiparlo. Atisbos de lo venidero, fugaces visiones, instaladas en el porvenir, se me presentaban sin aviso, breves y confusas, empero, el privilegio de poder descifrarlas no me pertenece, soy propietario de nada, pues sólo poseo el incierto sentido de sentirme vivo. Todo placer es pasajero, el sufrimiento gobierna y la tristeza se arraiga, como mala hierba, asfixiando el alma; desde ella emerge, marcándome con estigmas imborrables. Emito una débil voz, trémula, sollozos suplicantes, moribundo en orfandad; es la plegaria de un condenado en el estrato más bajo del infierno, cobayo del dolor. Busco afanosamente, a tientas, un asidero del cual aferrar mis caducas ilusiones, que perecerán incumplidas. Sombras, melancolía; infinita noche de tristeza hace brotar la sal de mis ojos sin luz. No habrá resurrección para mí si soy enterrado en el olvido; mis obras no ameritan redención, nadie reza ni suplica para mi alma la salvación.


Vi venir a la muerte, dando su alivio a los agonizantes, lo mismo a los justos y a los réprobos, cortando con igual esmero las almas lozanas y las ajadas; tendí mis manos para aferrarme de su oscuro manto, pasó de largo causándome estupor, buena o mala, pero esta es mi suerte.

Cubriendo va la noche el horizonte, por la senda larga y tortuosa comienzo la marcha; un poco de luz detrás, negrura en lontananza. Recuerdo haber pasado junto a una advertencia que no leí. Sin ocasión para volver sobre mis huellas, exánime arrastro cada paso, languideciendo ¿a mitad de la jornada?


Me encuentro una vez más en la encrucijada, a punto de tomar una decisión, sin certeza de que será la adecuada. Con la vista clara, después del llanto, tratando de no reincidir en los yerros, andaré otro tanto.

martes, 17 de agosto de 2010

Quietud en el origen, ningún movimiento, calma total.
Ausencia de luz, fronteras borradas, cero, existencia nonata.
No hay reflejos o vibraciones, inerme yace el principio sobre el final.
El silencio emite su voz imperturbable, el tiempo no transcurre.
Donde siempre y jamás es lo mismo.
Sombras, ecos, pensamientos y emociones, latentes, pacientemente aguardan.
Inercia esperando la primera pulsación, espontánea explosión o soplo divino.
Ni un átomo para registrar algún principio no atestiguado.
Sin punto de partida no hay regreso, estático.
Un lago insondable de esencias sin vida, no muertas, inanimadas.
Insensibilidad, que no indiferencia, expectación en un ciclo sin pausas que al no comenzar nunca acaba, paradisiaco infierno, lucidez demencial, opuestos anulados, ni bien ni mal, el leve mecerse del perenne ente.
Sencillamente nada.

jueves, 12 de agosto de 2010

Un camino divisor, que tergiversa, contradice.
Palpitar, pausa, respiro, movimiento infinito,
en el reducto breve de la vida.
Ser y dejar de ser, simbiosis interminable.
Energía mutable, incontenible, activa,
en su instante de aguardar, ansiosa, pasiva.
La indefinible raya entre idear, decir y hacer,
esos paréntesis de nada, a veces prolongados indefinidamente,
flotar inconsciente, paralelo al tiempo, ajeno momentáneamente.
Elementos desconocidos, materia prima preciosa, invisibles,
abundan en los sueños, aleatorios.
Alternadamente existen, perecen, reviven persistentemente.
Duermen en los ojos despiertos,
musitan medio tono más bajo que el silencio,
semánticas burdas no atinan a esclarecerlos.
Efluvios etéreos del subconsciente,
huellas sobre el piélago de la mente,
imágenes carentes de toda lógica, desarticuladas,
intentan ordenarse en la retórica.
Logos que hablan al oído de la imaginación,
mensajes cifrados para la intuición.
Innumerables conexiones dinámicas,
determinan funciones somáticas.
Apariciones fugaces desvaneciéndose,
a cuentagotas o raudales esparciéndose.
Insistir en teorizarlas,
en el transcurso creativo,
para lograr materializarlas.
¿A qué obedecen si jamás fenecen?

lunes, 9 de agosto de 2010

Se queda la mirada perdida,
el alma no halla consuelo,
inviertes horas insulsas,
implorando al cielo
te devuelva el denuedo
o te excluya de la vida.
Vives dentro de un mal sueño,
enfrentas débil al temor,
intentando paliar el daño,
claudicas ante el dolor.
Te rindes a la añoranza,
sientes menguar la fe,
agoniza toda promesa,
es cruel seguir de pie.
Las horas son una daga,
que hieren sin compasión,
lento ahondan la llaga,
matando toda emoción.
Negras fosas sin vitalidad,
extinguen en si toda luz,
el azar designa fatalidad,
sin reclamo llevas la cruz.
Letanía de lamentos,
arrinconado en la pena,
derruidos los adentros,
a soledad se condenan.
Oscuro futuro,
prendido a la esperanza,
incierto sentimiento,
preservarla a ultranza.
En caliginosa y sombría tarde,
sientes que tu espíritu aún arde.

jueves, 5 de agosto de 2010

Un malestar general, no es necesariamente, asunto de muchos.
Porque aún viviendo en comunidad, estamos aislados, alejados.
Sin embargo un suceso individual, personal, puede convertirse en tema público.
Hasta entre familiares se guardan secretos y luego se escucha en la calle lo que en casa se calla.
Sin duda en todas las familias hay un inadaptado, un disidente transgresor de las buenas costumbres y los propósitos de bien vivir.
Un vicioso sin hábitos, de modales forzados, cariñoso pero amargado, trasnochador solitario; seguro puedes contar con él, pero no sabes cuándo.
Por supuesto no generalizo, sin embargo en un grupo numeroso de consanguíneos, que viven bajo el mismo techo, una cantidad incontable de años, invariablemente se puede encontrar entre ellos al sempiterno soñador, frustrado futbolista, boxeador noqueado por sus indecisiones, músico orquestador de problemas, experto en pequeñas reparaciones domésticas, coordinador especialista incomprendido; increíblemente posee una memoria fabulosa para detalles que otros considerarían poco importantes, si tienes tiempo para escucharlo te cuenta las anécdotas más simpáticas (en parte ciertas, en parte fantasías suyas, que nunca se atrevió a realizar) de él y de otros, borracho alegre de discursos trascendentes; repetidamente termina llorando por una mujer, oscuramente descrita, necesariamente mala, la cual fue incapaz de valorarlo; en suma el alma de la fiesta, siempre acaba enojado porque nadie lo toma en serio.
Bienintencionado procrastinador; al fin ya vendrá otro verano, con unos golpes se arregla, otra gotera, otra cubeta.
Aunque se sienta desmoronado en su interior, su fachada muestra firmeza, en una mueca de amargura, soledad y desánimo.
Esperando una definitiva Parusía o que alguna profecía sea verdaderamente atinada; mejor aún, ser abducido por alguna civilización de allende la vía láctea, inimaginablemente desarrollada, la cual le proporcionara un modo de vida distinto al conocido en este planeta; sin descontar la posibilidad ser desintegrado, con la mayoría de la población, en un eventual conflicto nuclear.
Con los mejores deseos del año pasado, para el presente y el venidero.



Rockdrigo "El profeta del nopal" (autor de la canción), te recuerdo hoy; sea cual sea el sitio donde te encuentres, deseo estés mejor de lo que pudiste haber estado, cuando habitabas en el mundo.

martes, 3 de agosto de 2010

Entre los sueños y la realidad pervivo,
añorando a la naturaleza,
que hace tanto no visito.
Subsisto entre moles de hierro,
cristal y concreto,
evocando titanes verdes
que tocan el cielo.
Otrora la vista se perdía,
corriendo con los ríos,
en verdes paisajes;
ahora yermas zonas de asfalto
cubren henchidos drenajes.
Lo caminos naturales del valle,
cambiados a inverosímiles calles.
Un poco de verdor,
bañado por cáusticas lágrimas,
asfixiante gris en derredor.
En la cuenca de gran altitud,
por imponentes sierras circundada,
hacinada se halla la multitud;
dentro de ella vive enajenada,
gente llegada de toda latitud,
ingente población desesperada,
a esta tierra robo la virtud.
Antiguamente divino lar,
es hoy moderno muladar.
Buscando una razón de ser pululan,
apresurados por cumplir persisten,
afectadamente a toda hora deambulan,
sobreviviendo profecías languidecen.
De la soledad a la oscuridad,
ostentando inquebrantable tenacidad,
presumiendo improbable eternidad,
sin derrotero prosigue la humanidad,
sin lealtad entre ella y la individualidad.
Las ciudades son antinaturales,
corazones artificiales, agonizantes.

martes, 27 de julio de 2010

Pepín y El Viejo.
-¡Hey, niño! ¿Por qué tú no juegas con los demás chamacos?
-Ganas me sobran señor, pero…

El muchachito volteó a ver a su interlocutor para responderle de forma tajante, pues su impedimento se evidenciaba, mas no pudo terminar la contestación al darse cuenta de que ese hombre carecía del sentido de la vista.


Mientras en esta ruidosa y polvorienta calle del viejo barrio, los niños juegan al fútbol con su balón de trapos, Pepín esta sentado en su silla de ruedas observándolos, El Viejo es el nuevo inquilino de la vecindad, apenas hoy se animó a salir, seguramente viene de otra antiquísima barriada pues camina con soltura, ayudado por su bastón, entre los sillones destartalados, tendederos y otros triques apilados fuera de las casuchas. Los demás mocosos arman la bulla, entre tanto dentro de las hacinadas viviendas las señoras preparan la comida, los potajes de carne y verduras despiden diversos aromas que se meten en las narices causando el movimiento de los intestinos. Los radios suenan dentro de las cocinas y al pasar cerca de ellas, el viejo se ha enterado de que al licenciado Moreira su esposa le ha descubierto una aventura, en la radionovela “Mis amores escondidos”, ha escuchado la mitad de una receta para hacer “moros y cristianos” con arroz “La Mestiza”, recordó buenos tiempos al oír el danzón “La Camarera”, brinco de gusto cuando “Chalio” Mejía, del equipo de sus amores, el Atlético Ribera, anoto gol; en fin todo un paseo auditivo para un fino oído.


El Viejo anda por el terreno disparejo como flotando, tiene un porte desgastado pero pulcro, calza botas negras de obrero, muy maltratadas por las calles terregosas, viste pantalones caqui como los de ferrocarrilero (¡vaya que si es viejo!), camisa blanca un poco raída en el cuello y los puños, tirantes negros y un chaleco a rombos que hace juego con el pantalón, corona su augusta figura una bien cuidada gorra de ferrocarrilero. Se distingue, como todos los respetables viejos de estas calles.


-¡Elegante El Viejo!,
piensa Pepín al escrutarlo con su luminosa mirada. Él por su parte, no se complica y usa cómodos pantalones cortos, dejando al sol sus flacuchas piernitas, además una camiseta sin mangas que permite advertir unos bracitos embarnecidos, pues son el motor de su pesada silla de ruedas.
No puede pasar por alto en el rostro del Viejo, los surcos que acentúan las facciones rudas del trabajador de las rutas ferroviarias y por supuesto esas dos perlas cafés nubladas, hundidas en sus cuencas; le hace gracia el corte de cabello a rape, pues en estos lares la mayoría de varones acostumbran andar relamidos. Como sabe que los ciegos tienen una suerte de radar, no le asombra que el viejo le haya hablado unos pasos antes de acercarse a su puesto de observador, en el cual hoy ha fallado, por estar atento al juego no se anticipó a su llegada, fue esa áspera voz la que lo saco de concentración.


-¡Buena tarde, Viejo!,
le dice Pepín a guisa de saludo.


-¡Vaya con el rapaz!,
murmura El Viejo, casi llegando al lugar donde se encuentra el niño. Sin embargo no hay ni un dejo de insolencia en esa bienvenida, la infantil vocecita denota familiaridad, no puede evitar recordar a su nieto.


La mamá de Pepín observa asomada a la ventana de su pequeña vivienda, no desconfía, simplemente la situación le da curiosidad, El Viejo es recién llegado al vecindario, quizá no está acostumbrado a los modos rudos de los chiquillos de barrio y ella sabe que su hijo es muy desfachatado, pero siempre le recuerda el respeto hacia las demás personas, sobretodo a sus mayores. El Viejo no parece enfadado por el atrevimiento del infante, así que ella decide mantenerse distante. Algo así es lo menos entre las muchas correrías y travesuras de Pepín y sus amigos. Más de una vez corrió apurada a levantar a su hijo de la lodosa calle, porque sus compañeritos querían meterlo a prisa en su casa cuando el juego era suspendido por la inesperada lluvia, al ser la silla tan pesada se enterraba en la tierra aguada y el pequeño aterrizaba de cara en el lodo provocando la angustia de su madre, entre todos lo alzaban para volver a sentarlo y antes de que ella llegará, estallaban en risas al ver a Pepín completamente embarrado pero ileso después de aquel clavado. Era un niño fuerte y animoso, sabía caer sin sufrir ningún daño, pues le gusta lanzarse tras la pelota cuando esta pasa cerca de él.


-Te he preguntado ¿por qué no estas jugando con los otros escuincles?,
le dice El Viejo.


-Acércate,
le invita Pepín pícaramente.


El Viejo avanza extendiendo su mano esperando encontrar una cabecita sudada por el esfuerzo de correr varias horas bajo el sol, pero sus dedos topan con un fierro frío, se desconcierta momentáneamente, pero reconoce el espaldar de la silla de ruedas; se siente algo desubicado y al intentar situarse al lado del cochecito patea una de las ruedas, inmediatamente Pepín exclama:


-¡Ayyy!, deberías entrar de defensa, abuelo.


El Viejo ríe con la ocurrencia del chamaco y ahora si, colocado junto a Pepín, recorre con sus manos la carita vivaz, la piel curtida por largas horas a la intemperie, terrosa por los ventarrones que se levantan en estos olvidados arrabales. Pepín no deja de sonreír, sabe que el viejo lo nota, se ha dibujado en su rostro una mueca amigable.


-Ya veo, seguramente haces de árbitro en este juego,
barrunta bromista El Viejo y esta ocasión, es Pepín quien suelta la risa sin disimulo.


-¡Diablo de muchacho!
-¡En persona!


Ríen los dos, con entendimiento, como si se conocieran de toda la vida.


-¿Eres ciego de nacimiento, abuelo?,
espeta cándidamente Pepín, alargando sus manos hasta la cara del Viejo.
-No, esto es debido a un accidente, un mal cálculo.


El Viejo perdió la vista debido a una explosión, cuando trabajaba en la construcción de la línea ferroviaria, él era zapador; una desafortunada distracción, una carga de dinamita erróneamente armada, mecha muy corta, mal momento y lugar para un hombre en plenitud de fuerzas. Hay un tiempo entre la señal para alejarse de la zona que se va a explotar y el momento justo del estallido, suficiente para ponerse a salvo, pero esa ocasión el Viejo no pudo guarecerse.


-Entonces no vas a preguntarme de que color es el cielo, ó si tu madre es hermosa ó si tú eres un caballero bien parecido.
-Esas son preguntas de niño. Hace tiempo vi muchas cosas, las tengo en mi mente, varios recuerdos se han borrado, pero conservo cantidad de imágenes en la memoria.
-Sí abuelo, mis amiguitos del hospital siempre me preguntan lo mismo, puedo describirles el rostro de sus madres, pero ¿cómo les describo un color? Sólo les puedo decir que el azul del cielo es tan hermoso como lo es el rostro de ellas.
-Buena respuesta. ¿Y tú, que cosas has visto, pequeño?
-Pocas abuelo, debo estar en esta silla desde que tengo uso de razón. De mi casa a la escuela las calles son muy parecidas, pero me agrada contemplar el cielo cuando esta descubierto; lo que más me gusta es ver el puerto, desde la placita del hospital observo el ir y venir de los barcos, también el patio de trenes en la vieja estación abandonada. Si pudiera me pasearía por esos lugares todos los días.
-Algún día. Yo te puedo llevar si tú me guías, hace mucho que no ando por esos lugares.
-Claro, tú serás mis piernas y yo tus ojos.
-Tremenda pareja ¿eh chaval?


Suenan las dos de la tarde en el reloj de la catedral. Las mujeres comienzan a salir de sus casas, para llamar a los chamacos a comer; dedican unos minutos en el cotilleo de los programas de radio, las fiestas de la parroquia, los problemas de sus maridos en el trabajo, los chismes de la calle, que si alguna de las niñas ya dejó de serlo y comienza con los cambios propios de la edad, que si los muchachos mayores andan a deshoras por el centro de la ciudad y los han visto en la juerga; El Viejo es tema por ser recién llegado, lo escrutan con descarado interés pues saben que él no las puede ver.


-Abuelo se ha formado el corrillo en tu honor.
-Vaya distinción, andar de boca en boca, ya no hay respeto.
-No hagas caso, en una semana nadie hablará de ti y podrás estar en paz. Dime, abuelo ¿estás solo?
-Más solo que la cima de una montaña, pero más a gusto que una parroquia en día de fiesta.
-¿Gastas tu dinero en alguna fonda del centro? Te caería mejor una comida hecha en casa, no se hable más, esta tarde comerás en la mía.
-¡Vaya qué eres un fresco! Así nomás, sin preguntarles a tus padres, invitas a un desconocido.
-Vivo con mi Mamá, nada más. Ella no se molestará cuando le diga que hoy tendremos compañía en la mesa.
-Cuéntame, pequeño ¿por qué tu padre no está con ustedes?
-Trabajaba en el puerto; un día vinieron a avisarle a Mamá de un desafortunado accidente, un error como has dicho tú, una carga mal sujetada, no tuvo tiempo de ponerse a salvo, murió bajo un montón de costales de sal. Mamá ya no pudo verlo con vida, tuvo que reconocerlo, yo no lo vi hasta el día del sepelio, antes de que lo bajaran a la fosa. La gente hablaba de nosotros con lástima, no se imaginaban que una mujer viuda y un niño “lisiado” pudieran ganarse la vida. La cooperativa cubrió los gastos y queda una modesta pensión para sostenernos, Mamá se reparte en varias labores al día, vivimos lo mejor que podemos. Lo extrañamos mucho, pero Mamá nos ha sacado adelante, es fuerte como lo era él, ya la vas a conocer.


La madre de Pepín ha salido a la calle para avisarle de la hora de comer, alcanza a escuchar, las palabras de su hijo, se siente complacida y tranquila al saber que el chiquillo aprecia sus esfuerzos, guardando un buen recuerdo de su padre, sobreponiéndose a su ausencia e intentando, como ella, dejar en el pasado esa desgracia.


-Me asombra tu entereza, muchacho. ¿Qué haces para aliviarle la carga a tu madre?
-Le ayudo todo lo posible en casa y con algunas labores que trae de vez en cuando para completar las cuentas. También me empeño con los libros, quiero tener buenas notas en la escuela, voy a ser el primero de mi clase para darle una alegría a Mamá.


La joven madre de Pepín los interrumpe. A esta hora el calor es más intenso y lo mejor es pasar a la pequeña pero acogedora casita para tomar los alimentos y posteriormente regalarse una siesta en lo que refresca la tarde.


-Señor, espero que Pepín no lo esté molestando. Bueno, es la hora de comer ¿nos hará el honor de acompañarnos?
-No quisiera darle molestias, pero me ha agradado tanto encontrarme con su hijo que acepto con mucho gusto.
-¿Ya ves abuelo?, te dije que Mamá no se opondría.
-Pepín no seas maleducado, llámalo por su nombre. Disculpe a mi hijo, es un poco campechano.
-No se preocupe, señora, pero es que con la plática no me he acordado de presentarme.


-¡Cuidado Pepín!,
le gritan en coro al pequeño el grupo de niños que jugaba a la pelota.


Pepín voltea rápidamente y haciendo gala de su viveza, se impulsa en los costados de la silla y eleva su cuerpo para asestarle un certero cabezazo al balón de trapos, se queda unos momentos balanceándose hasta que la andrajosa pelota cae en las manos de uno de sus amigos. Toda la mañana esperando un momento así, se imagina haber metido gol, jugando en un gran estadio, su carita es la viva imagen de la alegría.


-¿Viste Mamá? Abuelo tendrías que haberme visto como le di a la pelota.
-Me lo imagino oyéndote tan contento.
-Bueno caballeros, pasemos a la casa, ya habrá tiempo para estar en la calle, más tarde o mañana.


El Viejo se apoya en el espaldar de la vieja silla y guiado por la madre del muchachito se dirigen a la pequeña vivienda. Rodeados de los otros niños, que se han acercado a festejar con Pepín, avanzan por la banqueta, los chicos se despiden palmeándole fraternalmente los hombros, pactan de una vez el próximo partido, más tarde o mañana, es el dicho entre la gente. No existe ninguna prisa, cada quien se introduce en su propia casa, ya se reunirán otra vez en la calle, los viejos, las señoras y por supuesto ellos, los niños, que le dan color y vida a estas polvorientas calzadas, ahora solitarias y silenciosas, pues el bullicio se reparte y se vuelve un murmullo desde el arrabal, combinándose con las sirenas de los barcos en el puerto cercano, los pitidos de cada tren que arriba a la estación y el tañido de las campanas en la catedral del centro.

sábado, 24 de julio de 2010

POST CON ROLA
Es su rostro un caleidoscopio de muecas y colores, cambiantes, desobedientes. En su cabeza las ideas se niegan a dar paso a oraciones coherentes, rehuyéndose entre si, entrecortando el habla. Los ojos hacen agua, a punto de naufragar en la espiral del ridículo. Aislado en isla infranqueable de temores, sabotea cada intento de rescate, adentrándose aún más al refugio ambulante que lo expone. Preso irredento, deambula intranquilo, por la gran cárcel sin barrotes, carente de ruta y destino. Sintiéndose inquieto por procaces pensamientos, contrarios a ciertos mandamientos. Largos letargos, flotando en anodino tiempo, persiguiendo apariciones. Fatalista indefenso. Individuo desapegado de formas y gustos colectivos, se mimetiza silencioso, inmóvil, ciego de imágenes en la mente, sordo a la algarabía de la gente. Desconfiado. Observa sigiloso, desinteresado del humano tránsito diario. No lo atrae la competencia, ni se afana en complacencias. Jamás respeta hábitos, satisfecho mira el caos con total indiferencia. Tampoco esta impuesto a metas, a proyectos no se aferra, a malvivir el presente se concreta. A veces el ánimo no le alcanza ni para lo ordinario, constata con fingida indolencia como las horas se agotan a diario. Los malos tiempos son un abismo donde mora con frecuencia. Su ser ha sabido de vicios y situaciones sin sentido. Ahora, un tanto abatido, intenta ser precavido. No atina a resolver si está en una búsqueda o anda extraviado; preguntándose si va rumbo a donde quiere estar, anhela encontrar respuestas y un camino. Aunque otros modos de vida desdeña, muy a su pesar, constantemente con ellos fantasea. Nadie vela su descanso, no hay quien por él aguarde, ni se preocupe de cuidarle. Ocho horas las vive inconsciente, en sueños confusos; otras cuatro procura estar distraído, oyendo chismes de gente superflua; sabe que el resto del día se va a sentir reducido, perdido en su triste rutina, aburrido. Apartado de los tumultos, tan solo como Dios Padre, pero más a gusto que el Diablo. Dirige la vista al suelo, es tan corta su altura; levanta los ojos al cielo, se da cuenta de la insignificancia de su estatura. En el filo de la dualidad mantiene precariamente el equilibrio. Aspira a dejar de ser absorta sombra.




¡¡¡LA VELA RIFA!!!

lunes, 19 de julio de 2010

Muchos pensamientos,
nada que decir,
en balde me atormento
al intentar discurrir.
¿Si no me afano,
de qué me ufano?
No encuentro calma,
tras larga noche,
grita mi alma,
un rudo reproche.
Atento en silencio,
sensible al murmullo,
presto lo agencio,
vuelto reo suyo.
En impávida víspera,
el juicio perdí,
con desasosiego,
insomne seguí.
¿Estaré para reanudar,
o me quede por esperar?
Captar la oportunidad,
luciendo pericia;
trocarla banalidad,
vulgar estulticia,
mortal ambigüedad.
La razón pobre,
del alma libre,
concédete hombre,
el descanso cobre.

lunes, 5 de julio de 2010

Subir cargando,
vertebras bajo presión,
bajar aligerado,
abdomen en tensión,
caminar apresurado,
extenuante locomoción,
lapso limitado,
trajinar sin dilación,
laborar al plazo aliado,
evitando su coerción,
al término llegar holgado,
disfrutando de satisfacción.
Infalible compañero
del acucioso obrero;
implacable capataz
del displicente incapaz.
Empujando cuesta arriba,
vital rebasar el vértice,
gastando sudor y saliva,
dolor, de logro es índice.
Al conquistar la cima,
quítate el peso de encima,
observa caer el lastre,
cerciórate que no te arrastre.

lunes, 28 de junio de 2010

Ilusión mantenida por años, fiel, esperanzada.
Pena y decepción cada nueva ocasión desperdiciada.
Devoto soldado de lo utópico,
obsesionada espera por un hecho atípico,
imposible darle un vistazo crítico.
Pretextos inútiles, cosecha de promesas vanas.
La debilidad induce a fallar continuamente,
se basa la farsa en inconstancias.
Mediocridad disfrazada de esfuerzo.
Lealtad traicionera, cínicamente olvida, engaña premeditadamente.
Frustración abrumadora te sitúa cara a cara con la realidad.
Apasionamiento irracional.
Negación.
Ira que se torna en llanto; incapacidad para aceptar la verdad.
Olvidar y reiniciar, a cuestas la derrota; con los viejos vicios,
las mismas excusas siempre a la mano.

miércoles, 23 de junio de 2010

Me he decidido terminantemente
a abandonar alcohol y tabaco.
Dejarte incluso a ti mujer, de Onán el culto,
“galana de los fuegos de artificio”,
empero me permites a mí,
cordero impuro, destinado al sacrificio,
con el consentimiento
y la complacencia
de mi indolencia,
entre mis manos, solitaria,
acariciar tu forma, rígida e inhiesta;
eres ahora, mi nuevo vicio.

lunes, 14 de junio de 2010

La verde alfombra mágica, ardía y humeaba. Mi cuerpo, tendido en ella, conscientemente fue perdiendo el control mientras flotaba.  mi pulso unido al cosmos palpitaba; un tropel desaforado se abría paso desde las entrañas. Fui el centro, me sentí inmenso, del fondo de un volcán brote con la lava, un grano de arena, al mismo momento, gigantesca galaxia.
Subía la marea, la noche llegaba, locos con lobos, aullando danzaban.
Me lancé desde un acantilado, en el momento más álgido de dantesca tempestad.
Los sonidos reverberaban haciendo rebotar la luz, mezclándose entre si, volviéndose una forma solida que cortaba como viento de montaña; fragmentado en minúsculas partículas viaje unido al aire, hasta un límite desconocido. Ningún elemento estaba estático, el centro exploto cubriendo todo, pero la expansión regresaba contrarrestando la fuerza del estallido; al combinarse, los componentes perdían su aspecto original, volviendo a consolidarse en formas cambiantes. Paradójicamente, la desintegración es unión.
Me sentí incompleto, me intimidó la noche; siguiendo el curso de una repetición infinita, fui reuniendo mis dispersas partes hasta encontrar el delirio.
 Bajo la marea, el sol se ensañaba, domando las crestas llegó la resaca, trayendo cierta calma.
De arena revuelta se levantó mi alma extraviada.