Todos
bajaron al mismo tiempo,
buscando a
alguien que no durmiera,
alguno
atento al silencio,
con la
vista perdida en el cielo,
las manos
prestas a la acción.
Hallaron a
un borracho
ahíto de
insomnio,
que pedía
con la boca seca
un poco de ingenio,
para
ponerle nombre
a los
fantasmas y sombras
que lo
visitaban con frecuencia.
Todos lo miraban
callados,
lloraba sin
razón, reía de repente,
oraba con
fervor urgiendo al cielo,
parecía
morir sin fe.
Uno de
ellos se adelantó,
quiso darle
esperanza, nada más;
los otros
lo amonestaron,
por si sola
no serviría de nada,
debían
darle dudas y
certezas,
visiones y sentimientos;
ese hombre
era un loco
al borde de
la renuncia,
pero
querían verlo
luchar un
poco más.
Siguieron
observando,
aquel
desdichado se arrastró,
veía lo
mismo en cualquier sitio,
la nada
invadió su cabeza,
supo sin
dudas que era amo de su paz.
Ahora todos
ellos desearon poseerlo,
hacer que
de sus manos cayeran palabras,
crear un
mundo nuevo en ese vacío,
ceñir toda la
historia en unos pocos signos.
En la mente
del hombre, los fantasmas
empezaron a
murmurar, las sombras
se separaron
unas de otras, cada una
con su
propia vida, en forma de palabra.
Y todos
esos pensamientos,
yacen en su
blanca mortaja,
bien
guardados, en un cajón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario