Aurora, hija de nadie, adoptada por las calles, se
adapta con facilidad a vivir en la Ciudad.
Entre personas tan solitarias como ella,
desfavorecidas de origen; perdiendo lentamente la voluntad para contrarrestar
su destino, sombras de día, fantasmas nocturnos, inquilinos de la calle,
sonámbulos sin turno fijo.
Alguna madrugada lluviosa, circulas en tu auto por
una avenida inusualmente solitaria, Aurora aparece de repente, aún empapada y
mugrienta ilumina tu alborada con su sonrisa inocente, pero prefieres
ignorarla, dejarla con la mano en el aire y volver a sumirte de nuevo en tu
propia obscuridad.
Aurora se convirtió en madre, amiga y amante de
sus acompañantes, viven y sienten algo extraño que llaman amor; sentimiento
desnutrido y viciado, espontáneamente violento, alegre y doloroso, desinhibido en
la mugre que cubre sus cuerpos. Aurora
se debilita, las noches en vela están apagando su frágil luz, ignorante y
carente de tantas cosas, vive por el instinto de conservación, sin embargo el
vapor del solvente que inhala con avidez, día a día va diluyendo su ser. Sin
saberlo, carga en su vientre un mortinato, no obstante sigue con sus dramáticas
rutinas, mañanas inciertas, tardes que a su espíritu calcinan, noches en la boca
de la muerte. Aurora, en ocasiones, da más de lo que recibe, a veces obtiene
sin pedir, constantemente pelea, discute incoherentemente, recibe un golpe más;
desde el primero, nunca supo por qué. Reina y esclava del pequeño gueto, ensalzada
y sobajada por ser mujer. Parece mentira que siendo habitante de uno de los
barrios más opulentos de la Ciudad, tenga que disputar las sobras como un
animal. Hay una hora señalada, de la quien nadie sabe nada, Aurora la
precipita, hurta, huye, pero es atrapada, no obtiene misericordia al ser golpeada;
algo la impulsa a regresar al único lugar al que pudo llamar hogar,
desfalleciendo en ese pedazo de banqueta, entre sus hermanos callejeros, aspira
su propia sangre, la noche incontenible se cierne en torno a ella, de nuevo
llueve, amenazantes tambores fúnebres reclaman y reciben las almas de ese día,
la tormenta extingue la última chispa de consciencia en el cuerpo de Aurora,
que un día cualquiera, ya no amanece. Ahora, muerta, nace a las sombras, para vivir en ellas por siempre.
Esta historia me la contó un alma en pena,
mientras esperábamos en una esquina el fin de la noche, la lluvia no cesaba, la
bruma no se disipaba, la vida de alguien se quedó sin vida, inmóvil, con los
ojos abiertos, como esperando otro alumbramiento.
7 comentarios:
Algún dia vi una Aurora, sucia, flaca y con la tristeza en su cara, estiraba la mano a un tipo tratando de arrebatarle de las manos una bolsa con algo,
El final que le espera a esa y muchas Auroras es como la que describes en tu relato, despues de todo las auroras amanecen cada dia para volver a morir al primer rayo del sol.
Hola G.:
No creo haya muerto Aurora.
Se hace la dormida, simula.
Todos los días, vuelve.
Saludos amigo.
Aurora y alumbramiento. A veces de la vida; a veces de la muerte. Aurora al final. Como auroras, con luz o en la grisura espesa de una fria mañana sin sol.
Dices que Aurora muró solo para alarmarnos, pues todos sabemos de sobra que ella es inmortal, donde exista oscuridad ella está al acecho.
Abrazos.
grande lo de que la oscuridad y el acecho pueden percibirse en instantes
letal
legal
decisivo
este DF asi nos trata como con cariño-odio
las calles son nuestras somos de la calle
Hay muchas vagado por las calles, sin nombre ni futuro, Malque.
Es que ya es un fantasma, Crónicas.
Está, aunque no la podamos (o queramos) ver, frit zio.
Esa es su virtud, Antony.
La calle es el verdadero hogar de los ciudadanos, reptilio.
Gracias a ustedes por venir a leer y comentar; cuídense mucho, luego nos leemos.
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